lunes, 20 de julio de 2009

HOMERO CUESTIONADO: UNA NOTA SOBRE “LAS TROYANAS”



Gonzalo Gamio Gehri


Existen circunstancias en las que la buena literatura echa luces sobre ciertos fenómenos humanos allí donde otras disciplinas (“científicas”) parecen quedarse a medio camino. Por ello, el diálogo entre la literatura y las ciencias humanas y sociales constituye una tarea singularmente provechosa para quienes consideran impostada y empobrecedora una lectura éticamente desvinculada de la vida práctica. Las Troyanas de Eurípides constituye una obra poderosa y conmovedora sobre las miserias de la guerra. Pretende aportar una mirada cruda sobre la guerra; donde algunos observan fundamentalmente el juego de fuerzas de los intereses de poder político y económico (por ejemplo, Tucídides), Eurípides se atreve a contemplar la realidad inmediata de la guerra: pueblos arrasados, cuerpos mutilados, mujeres que se convierten en botín de combate. En contraste con quienes consideran que la comprensión de la guerra supone una operación de abstracción que permite sólo ver conflictos en el nivel de las instituciones estatales y quienes las dirigen ‘heroicamente’ (invitándonos a “suspender el juicio ético”, concebido como vano discurso. Esta posición también es atribuida – polémicamente – a Tucídides, a quien se asocia de manera mejor justificada en mi opinión, a la defensa del llamado ‘derecho del más fuerte’), Eurípides escribe desde la perspectiva de las víctimas. Consideraba, por supuesto, que esta perspectiva contribuiría a enriquecer la racionalidad política del ciudadano: recordemos la larga tradición ateniense que asociaba la katharsis trágica con el proceso educativo ético-político, la paideia.

La tragedia comienza con un diálogo entre Poseidón y Atenea ante las ruinas de Troya. La diosa pide ayuda al amo de los mares para que el retorno de los aqueos “sea amargo”. Aunque los aqueos debían tomar la ciudad – reparando el daño infligido a Zeus, patrono de la hospitalidad (xenía), y con él, al kósmos en tanto tal -, los vencedores no habían actuado conforme a las exigencias de la prudencia y de la magnanimidad. Habían asesinado a casi la totalidad de los varones, y habían sometido a esclavitud a las mujeres: convirtieron en esclavas sexuales a las jóvenes, y en esclavas domésticas a las mayores. Ni siquiera respetaron los templos, erigidos a los dioses que por igual dánaos y frigios veneraban. Cometieron hybris. Por eso a los principales jefes le espera una vuelta al hogar fatídica y miserable (piénsese en Agamenón, y su patética muerte a manos de Clitemestra y Egisto). Atenea le reserva incluso a Ulises un regreso amargo. Él, fecundo en ardides, que evitó partir de Ítaca años atrás, tardará en volver a pisar suelo patrio tanto tiempo como duró el propio sitio de Troya.

Eurípides procura mostrar aquella dimensión fenomenológica que no debemos por ninguna razón soslayar en nuestra aproximación a la guerra: la situación de las víctimas. cualquier informe sobre la guerra que elimine ese aspecto nuclear se revela meramente abstracto, además de éticamente limitado. No se trata meramente de 'daños colaterales', o del llamado 'costo social de la guerra'; si son elementos que los pretendidos "enfoques científicos" desechan sin más, es en nombre de un sinuoso pathos que es preciso describir en términos ético-políticos (en la blogósfera podemos encontrar uno que otro esfuerzo "realista", por lo general repleto de citas de oropel, pero carente de un argumento consistente y bien construido, más allá de las herramientas bibliográficas. Se hace mención a la filosofía práctica si tener la más mínima idea de su contenido). En determinados fenómenos humanos no ser lo suficientemente 'personal', "cívico" y 'local' en tus descripciones y concepciones te imposibilita comprender qué está en juego; te impide ser auténticamente "universalista" y teóricamente riguroso. Tampoco te permite percibir adecuadamente determinados conflictos prácticos. Los griegos tenían bastante claro que sin la percepción de lo particular no es posible deliberar y actuar según el correcto lógos (cfr., por ejemplo, Eth. Nic. II). Una lectura 'indolora' de la guerra es conceptualmente pobre - demasiado esquemática, unilateral - e inhumana.
Son precisamente las mujeres troyanas las protagonistas de la tragedia. Muertos sus esposos e hijos – los defensores de la ciudad -, y sorteadas cada una como esclavas de los jefes aqueos, se preguntan sino es preferible la muerte frente a ese odioso destino. O si es preciso, con todo, aferrarse a la vida y seguir adelante, incluso en condiciones de humillación y muerte social. El punto más álgido de la obra tiene lugar cuando Hécuba, madre de Héctor y esposa de Príamo, es notificada de que Ulises ha determinado el asesinato de su nieto Astianacte, para evitar que un día se hiciese mayor y tomase las armas contra los argivos. Para las mujeres de la destruida Troya, en eso se resumen las virtudes heroicas, en la aniquilación de los indefensos, en rapiña y muerte, en vanagloria. Eurípides retrata el dolor de las troyanas para mostrar la crueldad y la miseria moral que avalan explícitamente la ética homérica y el “realismo” tucídico. Ante el terrible espectáculo de la muerte y la desesperación, incluso la relación con lo divino no puede quedar intacta. Los olímpicos son descritos como seres incapaces de mostrar compasión por lo que acontece a los mortales en su raquítico mundo.



“En vano les hicimos sacrificios. Pero si un dios no hubiera
revuelto lo de arriba poniéndolo al revés, bajo la tierra, seríamos desconocidos
y no estaríamos en boca de los cantores ofreciendo tema de canto a las Musas de
hombres venideros”.
[1]

No obstante, Eurípides consideraba que sí debíamos esperar una actitud compasiva del ciudadano cultivado de Atenas. Esa actitud configura una dimensión fundamental de la razón práctica (phrónesis, prudencia) de un ser humano lúcido y bien constituido. Parafraseando a Aristóteles, la tragedia persigue educar en el discernimiento práctico al ciudadano de la pólis, pero ese discernimiento se configura a partir de la experiencia del temor y de la compasión, emociones éticas que establecen vínculos de compromiso con las víctimas. Por supuesto, quienes se perciben hoy a sí mismos anclados en la modernísima (además de artificial y altamente discutible, por tratarse de una suerte de ficción epistemológica) separación entre el “ser” y el “deber ser” pretenden rehuir el impacto de este enfoque clásico (y sus importantes consecuencias éticas); con ello pretenden legitimar una "epistémica" "imparcialidad", cuando a todas luces se pone de manifiesto la posición que han asumido sin reparos. Ellos han optado por una visión mutilada del ser. La pretendida mirada de la deidad olímpica – demasiado cósmica e indiferente respecto de nuestra precaria vida mortal -, que sólo es capaz de percibir los movimientos en el 'ajedrez impersonal' de la “(geo)política”, no está en capacidad de lograr una comprensión concreta[2] de los asuntos humanos.



[1] Eurípides, Troyanas 1242 – 5.
[2] “Concreta” en el sentido de Hegel.

2 comentarios:

Gonzalo Gamio dijo...

Aquellos que le dan importancia a una disyuntiva entre Hamlet y Hécuba tienen que saber de primera mano de qué trata la tesis de Hécuba. Es fundamental.

Saludos,
Gonzalo.

Anónimo dijo...

Interesante que sean las mujeres las que cuestionen los valores épicos homéricos.