sábado, 21 de septiembre de 2013

NOVALIS Y LA NOSTALGIA




Gonzalo Gamio Gehri


Novalis es, no cabe duda, el poeta de la ausencia y de la nostalgia. Sus Himnos a la Noche son el testimonio de la plenitud perdida y de los esfuerzos por recuperarla. La nostalgia aquí posee la forma de la reflexión. La vivencia pasada – la presencia de la Sophie von Kuhn, fallecida tiempo atrás,  en su vida – aparece vivamente, como reflejo, en su mente y en su corazón. El reflejo está presente, y el amor y la pluma del autor lo mantiene vivo, aún como pasado – presente. La añoranza novaliana de la felicidad perdida preserva su intensidad, aún bajo la percepción nítida del tiempo transcurrido que separa la vivencia misma de la conciencia  que la evoca. Los versos le otorgan a esta vivencia un renovado poder, Arrancan esta experiencia de la percepción del mero ayer. El poema Nostalgia de la muerte hacia el final de los Himnos parece incluso evocar la respuesta de lo añorado, que se abre paso desde la imperturbable Noche.  

“De un modo misterioso e infinito,
un dulce escalofrío nos anega,
como si de profundas lejanías
llegara el eco de nuestra tristeza:
¿Será que los amados nos recuerdan
y nos mandan su aliento de añoranza?”

La rememoración se abre al horizonte de la interlocución. Novalis bosqueja esta conjetura como quien abriga una esperanza religiosa. La posibilidad del diálogo con lo añorado es planteada no desde la fuerza de la convicción, es formulada como pregunta. Desde una suerte de fe que se busca como tal. No obstante, Esta sutil meditación de Novalis no atenúa su dolor. Ese “dulce escalofrío” es acaso el “eco de nuestra tristeza”. Tras el eco se anuncia – como un susurro – el recuerdo de la Amada. El poeta quiere el reencuentro con la plenitud, quiere iniciar la katábasis, el descenso al Hades, como Orfeo, o el ascenso al Paraíso, como en Dante Algheri. Iniciar el nóstos, el regreso.  

“Bajemos a encontrar la dulce Amada,
a Jesús, el Amado, descendamos.
No temáis ya: el crepúsculo florece
para todos los que aman, para los afligidos.
Un sueño rompe nuestras ataduras
y nos sumerge en el seno del Padre”.

Se trata de un mismo movimiento hacia la trascendencia. La derrota de la distancia, la conquista de la unidad perdida, la superación del pasado en el presente, vale decir, la actualización del pasado. Como se sugiere en la Divina Comedia, esta victoria final podría suponer la pérdida de la propia vida. Novalis no aspira a lograr una visión mística de la Noche y de su Amada, él quiere adentrarse en el misterio infinito sin posibilidad de regreso. La katábasis puede convertirse en la muerte en estricto sentido.

“Ya no tenemos nada que buscar
–harto está el corazón–, vacío el mundo”.


En estos conmovedores versos se manifiesta la radicalidad del romanticismo. El anhelo de infinito lleva a Novalis más lejos incluso que el viaje fenomenológico del  Faustode Goethe. Novalis ajusta cuentas con el tiempo para acceder a su principio rector. En la Noche coinciden, según el creador de los Himnos, el fin de la vida y el principio originario de toda Realidad. 

martes, 10 de septiembre de 2013

PINTURA Y FINITUD. ACERCA DE FRIEDRICH Y EL ROMANTICISMO



Gonzalo Gamio Gehri


“La tarea del paisajista no es la fiel representación del aire, el agua, los peñascos y los árboles, si no que es su alma, su sentimiento, lo que ha de reflejarse. Descubrir el espíritu de la naturaleza y penetrarlo, acogerlo y transmitirlo con todo el corazón y el ánimo entregados, es tarea de la obra de arte”[1].

Con estas palabras, Caspar David Friedrich reflexiona sobre una de las piedras angulares del romanticismo, el paso de la mimesis a la póiesis. No se trata ya de imitar las fuerzas naturales que se agitan fuera de mí y a mi alrededor; se trata de expresar el espíritu de las cosas que se arremolina dentro de mí y que se manifiesta por doquier. Ese espíritu requiere de un lenguaje que lo haga explícito ante uno mismo y ante otros. Ese es el lenguaje de la creación del artista. Las viejas cosas resuenan con palabras nuevas que re-velan nuevos sentidos.

Conectar el espíritu de las cosas con la propia pasión, esa es la tarea del artista. Que toda la nostalgia, el amor, el resentimiento y la inteligencia presentes en el alma puedan palpitar desde la obra. Es interesante que Friedrich se refiera a la labor del paisajista, el más mimético de los pintores, si cabe. Uno piensa en las iglesias pintadas por el autor, medio derruidas y cubiertas de vegetación, las columnas ruinosas, las sombras de la noche posándose sobre las ramas sin hojas de los árboles. Conmueve su tematización de la nostalgia y de la ausencia. La percepción de la retirada del espíritu y el antiguo sentido de las cosas. La soledad. La pérdida y la añoranza de la plenitud. El anhelo del nóstos. Si en El viajero el espectador inflama su corazón con la re-velación de la naturaleza y parte de su misterio, la mayoría de sus cuadros nos remite a la fugacidad de las cosas – incluso las más amadas – y los denodados esfuerzos por retenerlas. Otro curioso puente hermenéutico con el tema del instante en el Fausto.   



[1] Friedrich, C. D. “La voz interior” en: Novalis, Schiller y otros Fragmentos para una teoría romántica del arte Madrid, Tecnos 1987 p. 53 (las cursivas son mías)..

domingo, 1 de septiembre de 2013

MARTIN LUTHER KING JR. LENGUAJE PROFÉTICO Y ÉTICA PÚBLICA



Gonzalo Gamio Gehri

Se cumplen cincuenta años del famoso discurso de Martin Luther King jr. Yo tengo un sueño, pronunciado ante el Lincoln Memorial. El discurso se convirtió en un poderoso símbolo moral y político para el movimiento por los derechos civiles de los afroamericanos en los Estados Unidos. Luther King era un conocedor de la tradición cívica que cimentó la Constitución norteamericana y era un intérprete persuasivo y lúcido del texto bíblico. Sus conmovedoras palabras se nutren a la vez del legado de la reflexión religiosa y del impulso moral por la defensa de la dignidad de todos los seres humanos. La construcción del mensaje  observa aquello que John Rawls llama “estipulación”, el proceso de configuración del discurso público – dirigido a todos, pues apunta a la consolidación del sistema de derechos e instituciones que organiza las bases mismas de una sociedad democrática –, aunque tenga resonancias de una fuente particular, religiosa, moral o filosófica. Se nutre de los derroteros de una doctrina comprensiva, pero confluye en el tipo de argumentación que ofrece el ejercicio de la razón pública [1].

Veamos. El discurso asume inicialmente el registro conceptual del esfuerzo cívico por la construcción de una comunidad moral y política observante de la igualdad civil y las libertades cívicas. Este ideal está presente en el pensamiento de los padres fundadores y de los abolicionistas norteamericanos, y debe dirigir su energía crítica a combatir las restricciones de la ciudadanía a cualquier consideración por razones de etnia, género o estatus socioeconómico. La ciudadanía democrática debe ser universal o no es ciudadanía.

Hace cien años, un gran estadounidense, cuya simbólica sombra nos cobija hoy, firmó la Proclama de la emancipación. Este trascendental decreto significó como un gran rayo de luz y de esperanza para millones de esclavos negros, chamuscados en las llamas de una marchita injusticia. Llegó como un precioso amanecer al final de una larga noche de cautiverio. Pero, cien años después, el negro aún no es libre; cien años después, la vida del negro es aún tristemente lacerada por las esposas de la segregación y las cadenas de la discriminación; cien años después, el negro vive en una isla solitaria en medio de un inmenso océano de prosperidad material; cien años después, el negro todavía languidece en las esquinas de la sociedad estadounidense y se encuentra desterrado en su propia tierra.
Por eso, hoy hemos venido aquí a dramatizar una condición vergonzosa. En cierto sentido, hemos venido a la capital de nuestro país, a cobrar un cheque. Cuando los arquitectos de nuestra república escribieron las magníficas palabras de la Constitución y de la Declaración de Independencia, firmaron un pagaré del que todo estadounidense habría de ser heredero. Este documento era la promesa de que a todos los hombres, les serían garantizados los inalienables derechos a la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad”.

Más adelante,  el discurso asume una tonalidad bíblica muy clara. Se remite así a la exigencia de construcción de una comunidad inclusiva a partir de la esperanza judeo-cristiana – nítidamente profética y parrética – acerca de la derrota final de la injusticia y el logro de la fraternidad de todas las criaturas de Dios. Esa impronta espiritual nutre una profunda reivindicación ciudadana en materia de derechos humanos y justicia pública.

“Esta es nuestra esperanza. Esta es la fe con la cual regreso al Sur. Con esta fe podremos esculpir de la montaña de la desesperanza una piedra de esperanza. Con esta fe podremos trasformar el sonido discordante de nuestra nación, en una hermosa sinfonía de fraternidad. Con esta fe podremos trabajar juntos, rezar juntos, luchar juntos, ir a la cárcel juntos, defender la libertad juntos, sabiendo que algún día seremos libres.
Ese será el día cuando todos los hijos de Dios podrán cantar el himno con un nuevo significado, "Mi país es tuyo. Dulce tierra de libertad, a tí te canto. Tierra de libertad donde mis antecesores murieron, tierra orgullo de los peregrinos, de cada costado de la montaña, que repique la libertad". Y si Estados Unidos ha de ser grande, esto tendrá que hacerse realidad” [2].

Aunque los referentes morales y espirituales de los últimos pasajes arriba citados nos remiten a un lenguaje religioso y a una práctica espiritual puntual y específica, su resonancia política alcanza a un público considerablemente mayor, comprometido con la causa de los derechos y el universalismo moral. Allí reside la fuerza histórica del inflamado y sabio mensaje de Luther King jr., aquel día de agosto del 63. Creyentes de otras confesiones y no creyentes entendieron este mensaje y lo compartieron, y lo mismo puede decirse de ciudadanos con otras características físicas y con otros orígenes culturales. El espíritu del discurso asume el contenido y la forma de la vindicación pública de los derechos y libertades que debe poseer y poner en ejercicio todo ciudadano de una sociedad democrática. Las raíces espirituales del mensaje pueden revelar una fuente particular, pero puede encarnarse en el tipo de argumentación y causa ética que moviliza a cualquier agente político que asume el discurso pluralista de la igualdad civil.





[1] Cfr. Rawls, John “Una revisión de la idea de la razón pública” en: El derecho de gentes y “Una revisión de la idea de la razón pública”  Barcelona, Paidós 2001, examínese especialmente el capítulo 4.
[2] Puede encontrarse  el discurso en http://www.marxists.org/espanol/king/1963/agosto28.htm .