miércoles, 28 de agosto de 2013

CVR: REFLEXIONES SOBRE EL DÉCIMO AÑO





Gonzalo Gamio Gehri


Hoy se cumplen diez años de la entrega del Informe Final de la CVR.  La Comisión redactó una investigación sobre un período histórico marcado por el imperio de la violencia, el desamparo y la indiferencia en un contexto de fragmentación social y de una precaria institucionalizad política. El perfil de las víctimas – campesinos,  no hispanohablantes – revela hasta qué punto quienes sufrieron la insania terrorista y las situaciones de represión estatal fueron en su mayoría peruanos pobres, habitantes de comunidades altoandinas y amazónicas en las que en muchos casos el Estado no tenía una presencia real. Ellos no pertenecían al “Perú oficial” (limeño, urbano, hispanohablante), por lo tanto, su ausencia no se echaba en falta. El Informe recoge los testimonios de esos compatriotas, registrados a través de diecisiete mil entrevistas y la realización de audiencias públicas. Se pugnó por romper esa actitud de silencio oficial frente a la memoria de quienes sufrieron injustamente el conflicto.

La Comisión entregó al Estado y a la sociedad un documento fidedigno y científicamente sustentado sobre el proceso de violencia de aquellas décadas. Un texto para ser examinado y discutido detenidamente en los fueros del sistema político y de las instituciones de la sociedad civil. Se trataba de un paso fundamental para la recuperación pública de la memoria en el país, discutir nuestras fracturas, reconstruir nuestros vínculos sociales, establecer garantías de no repetición. No se trataba de dar la última palabra sobre la situación de los derechos humanos, sino de iniciar un debate riguroso y fructífero sobre la elucidación de nuestra memoria histórica y sentar las bases de una genuina política transicional en el Perú. Lamentablemente, una facción importante de la autodenominada “clase dirigente” – incluidos numerosos políticos, “líderes de opinión”, autoridades sociales y un largo etcétera - ha preferido no leer el IF-CVR, y guarecerse en el ataque artero y la simple y cruda ignorancia ¿El resultado? La propuesta de instalación de la amnesia moral y política desde canteras ideológicas distintas. El surgimiento de un organismo de fachada del PCP-Sendero Luminoso, que solicita una amnistía general para quienes cometieron violaciones de derechos humanos, en una senda próxima a las exigencias de silencio e impunidad  (en este caso selectivos) presentes en los alegatos de la extrema derecha política y periodística. No examinar el pasado, aprender de la historia reciente  y tomar las medidas de corrección  constituye una tarea ética esencial para prevenir nuevas situaciones de conflicto. Imponer una “historia oficial” indolora y unilateral hará imposible la construcción de ciudadanía en el país, así como la edificación plena de una sociedad democrática observante de las libertades y la igualdad de derechos de cada uno de los peruanos.

El IF-CVR condena claramente la vesania ideológica y las acciones criminales de las organizaciones terroristas, y señala al PCP- SL como el principal perpetrador de crímenes contra los derechos humanos. Indica asimismo que en “en ciertos períodos y lugares” las fuerzas del orden cometieron violaciones de los derechos humanos. Todas estas aseveraciones vienen respaldadas por el estudio de casos y el trabajo estricto con testimonios y evidencias. La investigación pone de manifiesto la negligencia y la responsabilidad de los políticos que ocuparon cargos en los gobiernos  de turno o ejercieron una función en el Congreso de la República frente a la escalada de la violencia gestada a lo largo de aquellas dos décadas. Una parte importante de la “clase política” se siente severamente confrontada por el documento, de modo que no extraña su permanente oposición a que el Informe se discuta en las escuelas o en los foros públicos, o que pueda servir de base a investigaciones judiciales, o que pueda traducirse en un plan concreto de reparaciones. Incluso el proyecto de edificación de un Lugar de Memoria ha sido recibido con irritación entre los políticos, militares en retiro, empresarios y algunas autoridades sociales.

El IF-CVR nos permite aproximarnos a una lectura crítica de un episodio complejo y doloroso de nuestra historia, una lectura que pone énfasis en las causas del conflicto, el proceso mismo, nuestras responsabilidades, y en las reformas institucionales que podemos emprender para no repetir una tragedia nacional como ésta. Se trata de un documento polémico que echa luces sobre los actos de crueldad y de injusticia que dañaron severamente el corazón de nuestra sociedad, pero que también destaca caminos posibles en la ruta de una genuina recuperación de nuestros lazos sociales e institucionales. Estos caminos presuponen todos el ejercicio de la memoria y la acción de la justicia en sus diferentes niveles. El proceso de reconciliación requiere – para asumir una figura concreta – un trabajo serio de discernimiento público en torno a lo ocurrido y un esfuerzo concreto por reparar a las personas y comunidades afectadas por la violencia.

lunes, 26 de agosto de 2013

¿PARA QUÉ RECORDAR?. LA EXPOSICIÓN "YUYANAPAQ" Y UN FORO UNIVERSITARIO



Gonzalo Gamio Gehri


El sábado estuve en la PUCP en un encuentro de estudiantes de diferentes universidades del país, un evento organizado por la RIDEI sobre La Universidad y el reconocimiento positivo de la diversidad cultural. El Foro Nacional contó con la participación de estudiantes de la UNT, UNSCH, UNSAAC, UNSM, UNAJM, PUCP. Era el último día y los alumnos programaron una visita guiada a la exposición fotográfica Yuyanapaq, el más importante archivo fotográfico sobre el conflicto armado interno. La visita contó con la presencia de los profesores Iván Hinojosa y Natalia Consiglieri, que han dedicado muchos años al estudio de nuestra historia reciente. A la vuelta de la exposición, tuvo lugar una mesa redonda – y una plenaria – para la que fuimos invitados el sociólogo Lars Stojnic y quien escribe estas líneas. Yo acababa de dar mi primera clase en la Maestría de Ciencia Política y Gobierno, habíamos comentado el tema del conflicto en el aula y tenía un esquema entre manos, que ponía énfasis en la idea ético-política de Reconciliación.

Los jóvenes que estaban en la sala no habían vivido el conflicto armado, pero con toda seguridad habían escuchado por boca de sus padres y otros familiares acerca del temor y del sufrimiento imperante en aquellos años. Algunos alumnos venían de Andahuaylas y de Ayacucho – estaban presentes algunos muchachos que estudiaban en la Universidad San Cristóbal de Huamanga -; uno de ellos contó que había perdido un pariente cercano durante el conflicto. Todos estaban visiblemente conmovidos por lo que habían visto, y se preguntaban cómo había podido suceder esto en el Perú, y hoy contar con el silencio de buena parte de los políticos y “líderes de opinión”. Un estudiante ayacuchano comentó que, al ver muchas fotos, podía reconocer lugares que le resultaban familiares, así como situaciones  conocidas en el día a día de la zona. “Podríamos haber sido nosotros”, señaló. Y lo mismo podríamos decir todos los que participábamos en la conversación, pues el conflicto, en su etapa más cruenta, laceró casi la totalidad del territorio nacional.

“¿Para qué recordar?” preguntaba un estudiante de Andahuaylas a Iván, a Lars y a mí. Respondí a partir de la necesidad de establecer garantías de no repetición desde el Estado y la sociedad civil - un poco en la línea de lo planteado en mi libro Tiempo de memoria y de lo que he escrito más recientemente sobre este tema – y de implementar políticas de justicia y reparación para las víctimas, tratadas como no-personas por la insania terrorista y por malos militares y policías. El descuido y la indolencia de los gobiernos frente a la población afectada por el conflicto y el anhelo de silencio e impunidad presente en un  extenso sector de las fuerzas políticas, ha contribuido a generar desaliento y escepticismo entre muchos peruanos. Desde hace años tanto el conservadurismo ideológico y mediático como el Movadef persiguen instalar formas de amnesia moral y política frente al conflicto: curiosamente, los extremos políticos se encuentran en una misma cruzada de silencio. Sin un ejercicio riguroso y honesto de memoria – cabalmente “público” – podemos dejar sin examinar y sin erradicar las condiciones de la violencia. El Informe Final constituye una herramienta útil – no la única, pero sin duda una investigación sumamente lúcida y comprometida con la causa de los derechos humanos – para aproximarse al estudio de las causas del conflicto armado interno. Depende de los ciudadanos del Perú y de sus instituciones que esta situación se revierta, y que nuestra sociedad emprenda la ruta de una genuina reconciliación social y política.

Iván cerró el evento con una esclarecedora reflexión en torno a la complejidad de las tareas de la memoria en el Perú, y de cómo la propia exposición Yuyanapaq podría verse seriamente mutilada y “adaptada” a una versión menos realista de la historia reciente para usos de constituir un Lugar de la memoria menos "polémico". Alguna vez he discutido este tema en este medio. Como se sabe, desde hace un tiempo  los impulsores del Lugar de la memoria se han propuesto (por razones políticas) desdibujar el carácter central del mensaje de la CVR en cuanto a la concepción de este espacio en construcción. Se trataría de "suavizar" la exposición  según las expectativas y los intereses de los políticos que quieren hacer del Lugar de la memoria un espacio “domesticado” y limitado, más afín a un espíritu de negociación política antes que a la búsqueda de la verdad. Una situación preocupante, aunque también previsible. El reto de la CVR y de quienes consideramos importante su aporte a la reconstrucción histórica de la tragedia vivida, consiste en defender la integridad de Yuyanapaq. De lo que se trata es de generar conciencia crítica y no de propiciar una visión atemperada de la historia.


jueves, 8 de agosto de 2013

LIBERTAD POLÍTICA





Gonzalo Gamio Gehri

La tradición liberal se concentra en la idea de un gobierno limitado que proteja los diferentes espacios de autonomía personal. En particular, este argumento apela a la necesidad de proteger a los individuos frente a cualquier poder tutelar que pretenda  erigirse sobre los ciudadanos y decirles a las personas cómo deben actuar, qué deben desear en la vida, que relaciones deben establecer y con quiénes, cómo deben pensar, o qué productos deben consumir en el mercado. La idea de imponer un estilo de vida sobre otros es severamente cuestionada por los liberales, y existen buenas razones para defender este punto de vista pluralista. Lo que combaten es la suposición de que existe una única forma de ser un ser humano civilizado o valioso, una condición que cualquier persona que tuviera el saber pertinente o la virtud requerida podría reconocer como válida. Se trataría de guiar a la gente hacia su única meta, llevar a la humanidad hacia el cumplimiento de su supuesta “esencia”. Los totalitarismos de diverso cuño asumen esta hipótesis profundamente contraria al pluralismo, una perspectiva potencialmente violenta y desgarradora. Desconocer la existencia de esta meta superior y la necesidad de orientarse hacia ella implicaría para el agente – según esta visión – caer en alguna forma de degradación moral o de alienación. Las ideologías totalitarias, como sabemos, se propusieron salvar a los seres humanos de esas situaciones perversas, a menudo recurriendo a la manipulación y a la violencia.

“Lo que nos revuelve, lo que es indescriptible, es el espectáculo de un grupo de personas que se inmiscuyen tanto y se “meten tanto” con los demás, que los demás acaban haciendo su voluntad sin saber lo que están haciendo; y al hacer esto pierden su condición de seres humanos libres, y de hecho, su  condición de seres humanos” [1].

Esta clase de reflexiones llevan a autores pluralistas como Berlin y otros, a percibir ambas formas de libertad  - la libertad cívica y la libertad individual - como relevantes, así como a destacar la capacidad de razón práctica o agencia como núcleo vivo presente tanto en el autogobierno cívico como en el cultivo de la autonomía privada. El concepto de razón práctica (noús praktikós) alude a la capacidad de elegir conscientemente un modo de vida que podemos identificar como valioso o como vehículo de plenitud. Ella se refiere a nuestra disposición hacia el ejercicio del discernimiento y la elección práctica, la evaluación crítica de las ideas y de las convicciones que persiguen orientar nuestra existencia y contar con nuestra lealtad. 

Si el ejercicio de la razón práctica constituye una capacidad humana vital, entonces un sistema político justo tendría que contar con normas y espacios propicios para su desarrollo, así como promover procesos educativos que permitan su configuración desde las primeras etapas de la vida. Educar para la formación y el cuidado de la razón práctica no implica la imposición de un estilo de vida, sino concentrar la tarea educativa en la adquisición y cimentación de un sentido crítico que nos permita examinar diferentes opciones potenciales de sentido, y alentar la construcción del juicio propio en materia moral y política. Teóricos del desarrollo humano como Amartya Sen y Martha Nussbaum han señalado claramente de lo que se trata es de incentivar el cultivo de las “capacidades” que integran una vida de calidad, no inculcar “funcionamientos”, esto es, no fomentar un modo concreto de desplegar tal capacidad o auspiciar una forma de elección en detrimento de otras decisiones potencialmente valiosas o razonables.

Esta perspectiva revela importantes consecuencias en cuanto a la comprensión de la política y al terreno de la acción. La disposición a adquirir y poner en ejercicio la razón práctica tendría que ser considerada un derecho fundamental (el derecho a la libertad de conciencia y al libre pensamiento) tal y como éste suele ser considerado al interior de la tradición de las sociedades democráticas y liberales. La invocación a este derecho está implícita en la idea de poder contar con un espacio propio para la elaboración y el cuidado estricto del proyecto personal. La valoración de este derecho también subyace a la convicción de que la participación ciudadana permite la construcción y la preservación de una comunidad política libre y justa y que ésta puede entrañar un modo posible de realización humana.

Sostenía al inicio que la tensión entre la acción ciudadana y la libertad individual constituía un genuino conflicto cultural que constituye parte de la historia espiritual del mundo occidental y da forma a su “cultura política” postilustrada. Ambas interpretaciones de la libertad entrañan visiones heterogéneas y acaso rivales del agente humano. La idea del individuo independiente de sus lazos rivaliza con la imagen griega del ser humano como un animal político. Una concepción nos habla de la persona libre de la política; la otra nos remite a un agente que es libre en y para la política. El hombre del Renacimiento y el de la modernidad temprana descubren espacios y actividades que compiten con las virtudes cívicas como fuentes de sentido y plenitud ética: el trabajo, los vínculos emotivos, el quehacer científico, el arte, la persecución de lo sagrado. La plaza pública no es el único lugar para la realización existencial. Estas diversas formas de actividad requieren de un marco público que las reconozca como opciones potencialmente valiosas para las personas, esto es, como prácticas que pueden ser consideradas dignas de ser elegidas como posibles expresiones cabales de lo humano.

No obstante, este descubrimiento no implica desconocer la conexión práctica entre ambas formas de libertad política. La limitación del gobierno para contar con espacios para la autonomía privada no se desarrolla espontáneamente ni depende sólo de sí misma; se trata de un fenómeno histórico – social que ha requerido (y requiere) de la acción y la movilización cívica gestadas desde los partidos políticos o desde las instituciones de la sociedad civil. Si los ciudadanos no están alertas y bien dispuestos a organizarse y salir a las calles a defender sus derechos, el sistema legal y político que protege estos derechos básicos puede verse lesionado por formas de abuso de poder generados desde el escenario de operaciones de la autoridad política o desde la actuación de  otros grupos que ejercen algún tipo de influencia en la comunidad (los llamados “poderes fácticos”).  La acción cívica y la defensa de la autonomía privada pueden ser consideradas, en esta línea de reflexión, como dos caras de una misma moneda, como dos dimensiones centrales de la libertad política.


Esbozos  para unas reflexiones que serán publicadas en el siguiente número de PÁGINAS




[1] Berlin, Isaiah  “Carta a George Kennan” en: Sobre la libertad, op.cit. p. 380.
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viernes, 2 de agosto de 2013

VISIONES RIVALES DE LIBERTAD*




Gonzalo Gamio Gehri


Que la libertad constituye un valor fundamental que acompaña toda vida que aspira a la plenitud es algo que nadie (o casi nadie) duda. Los problemas empiezan cuando intentamos ofrecer una definición precisa de la libertad, o cuando nos animamos a describir las formas de vida e instituciones en las que la libertad se encarna o podría asumir una configuración estrictamente política. Me propongo aquí discutir brevemente este tema, principalmente en diálogo con uno de los últimos escritos de quien fue uno de los más grandes teóricos de la libertad, Isaiah Berlin.

En un corto ensayo, Libertad (1995)[1], Belin retoma uno de los motivos más importantes de su filosofía práctica, el de la contraposición entre la libertad de los antiguos y la libertad de los modernos. Se trata de un genuino “conflicto cultural”, que soslayamos como tal por el hecho según el cual el legado de griegos y romanos, por un lado, y la herencia del racionalismo moderno y la Ilustración, por el otro, constituyen en tensión los nudos cruciales del pensamiento político contemporáneo en Occidente. A casi dos siglos de publicadas las obras filosófico-políticas de Constant y Hegel, el contraste entre la libertad que nace de la participación cívica y la libertad individual frente a toda intervención externa sigue definiendo buena parte del sentido de los debates actuales en la teoría política.

Como se sabe, la “libertad de los antiguos” aludía básicamente a la capacidad humana de actuar con otros con el fin de edificar un sistema de instituciones y normas que honren propósitos comunes. El ser humano pleno era concebido como un ciudadano, esto es, un agente político. “Ciudadano”, sostiene Aristóteles en la Política, es aquel que gobierna y a la vez es gobernado[2]. Es gobernado porque debe acatar tanto las decisiones tomadas por las autoridades políticas como las decisiones que se toman en la asamblea, pero también gobierna en tanto participa activamente tanto en el proceso de elección de estas autoridades como  interviene en el proceso de deliberación pública que tiene lugar en el ágora. La construcción de la ley y el diseño de instituciones es fruto del discernimiento común de los ciudadanos[3]. Son producto de un esfuerzo compartido y de un ejercicio de entendimiento intersubjetivo. Forjar consensos y plantear disensos constituyen actividades que le brindan sentido a la existencia humana como tal y sientan las bases de la construcción de un proyecto común de vida.

El ágora se convierte así en el espacio específico de la libertad – el escenario de, digamos, la autodeterminación del agente – y en el locus de la realización humana. Como se sabe, en los tiempos de la edad heroica el ágora – representados en los poemas de Homero - era un lugar restringido a los debates del consejo de guerra o de la asamblea constituida por los reyes guerreros y su entorno. Con el surgimiento de la pólis propiamente dicha, se convirtió en el lugar de reunión y de deliberación pública de los atenienses varones y libres. La vida buena implica el ejercicio del autogobierno de parte de los ciudadanos[4]. Sin ciudadanía no hay florecimiento humano. Estamos, por supuesto ante un concepto limitado de ciudadanía, que no involucrará en su campo significativo a todos los seres humanos adultos sino hasta el siglo XX.  Todavía en el presente se siguen librando importantes batallas políticas por la inclusión de todas las personas en la esfera pública, batallas contra la discriminación de las culturas y los sexos.

La libertad de los modernos pone énfasis en los espacios que el individuo puede disponer para el diseño y cumplimiento de su plan personal de vida. Se trata de escenarios de vida privada, protegidos contra la intervención no consentida de otros o de la propia instancia política. Berlin señala acertadamente que si para los griegos – incluidos los compositores de tragedias, Platón y Aristóteles – la cuestión política fundamental era cuál forma de gobierno es la mejor para una comunidad política, los modernos se plantean una pregunta política muy diferente: “¿Cuánto gobierno tiene que haber?”[5] . En una perspectiva estrictamente liberal, lo público abarca la administración del poder político – el rango de acción del gobierno -, la determinación y observancia de ley, así como la construcción de instituciones; el ejercicio de lo público busca garantizar el disfrute de la libertad individual – la ausencia de interferencia externa – y sus condiciones estructurales básicas. La separación entre lo público y lo privado resulta crucial para la aparición de la cultura moderna de la libertad.  La vida privada abarca ella misma el mundo del trabajo y la economía, el horizonte social de las relaciones afectivas, las cuestiones relativas al sentido de la vida. Es también el espacio de la creencia y de la increencia en materia religiosa. En las diversas facetas de la vida privada, las personas eligen vivir y pensar como su conciencia les dicta, sin que la autoridad política deba pronunciarse o tome medidas al respecto. Se trata de un espacio autónomo frente al control del Estado. El límite es exclusivamente el derecho de los demás (y, obviamente, el respecto de la ley).


* Esbozos iniciales para unas reflexiones que serán publicadas en el siguiente número de PÁGINAS:



[1]Berlin, Isaiah “Libertad” en Sobre la libertad Madrid, Alianza Ensayo 2008  pp. 321 – 324.
[2] Cfr. Política 1277b 10.
[3] He discutido el concepto teórico-político de ciudadanía en Gamio, Gonzalo “El cultivo de las Humanidades y la construcción de ciudadanía” en Miscelánea Comillas. Revista de Ciencias Humanas y Sociales Vol. 66 (2008) Nº 29 pp. 237 – 54.
[4] Cfr. Oakeshott, Michael Lecciones de historia del pensamiento político Madrid, Unión Editorial 2012 Volumen I, capítulo II.
[5] Berlin, Isaiah “Libertad” op.cit., p. 322.