lunes, 24 de septiembre de 2012

PILAR COLL: UNA FE INAGOTABLE EN LA HUMANIDAD




Gonzalo Gamio Gehri


Conocí  a Pilar Coll hace años, en uno de los cursos de teología que dictaba Gustavo Gutiérrez. Conocía su importante trayectoria frente a la Coordinadora de Derechos Humanos – una red de instituciones que ha bregado por casi tres décadas a favor de los derechos de los más vulnerables en el país – y en el ejercicio de la pastoral carcelaria, llevando atención y esperanza a personas que la mayoría de nuestra sociedad invisibiliza sin reparos. Recuerdo su sencillez, su lucidez y su gran sentido del humor. Su inagotable fe en las personas. Era de esos seres humanos que realmente viven para los demás. No puedo creer que se haya ido. Echaremos de menos su alegría de vi vir y su compromiso con los más débiles. 

Recuerdo vívidamente su inteligencia y calidez, los tés con galletas por la tarde en su casa, su indesmayable fe en la capacidad de cambio y de compromiso de las personas. Su manifiesta calidad humana, su valentía en la defensa de los derrechos y libertades ciudadanos. La lectura en voz alta de las cartas de los presos, conscientes de los derechos que los protegen aún en el período en el que su libertad se encuentra recortada. Esa clase de convicción jamás se extinguió en su corazón. Pilar era de esos seres humanos que están siempre dispuestos a aprender y a compartir su experiencia con otros, disposición que la llevó a matricularse en el diplomado de consejería en la UARM, a pesar de que ella hubiera podido dictar clase sobre la materia. Echaremos de menos esa sonrisa franca, y esa vocación sobre la justicia.

Necesitamos más personas como Vicente, Luis Jaime, Carlos Iván, Hubert y Pilar. Seres humanos que mantengan viva la fe en la humanidad. Espíritus permanentemente jóvenes que renuevan el alma de la gente, espíritus proféticos y libres. Se trata de gente que nos invita a seguir creyendo en las posibilidades del futuro, que nos invita a seguir comprometiéndonos con los ideales del ágape y la justicia. Cuenta una tradición hebrea que la existencia de un cierto número de justos garantiza que el mundo creado sobreviva y no sea engullido por los terribles males que constantemente lo amenazan (Gustavo Gorriti nos recordaba esa historia hace un tiempo en una de sus columnas, a través de una semblanza del P. Hubert Lanssiers, otro cultor de la profecía judeocristiana). Con Pilar se va uno de ellos, sin duda. No obstante, su compromiso con la causa de los más débiles,  su amor por los seres humanos, su inagotable alegría, su  enorme cariño por el país, nos sirven de ejemplo. Agradecemos el milagro de su amistad. 

jueves, 20 de septiembre de 2012

ÉTICA, CIUDADANÍA Y ESPACIOS PÚBLICOS


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Este es el esquema de una conferencia que pronuncié a un grupo de profesores del Ministerio de Educación, en la UARM. Compartí la la mesa con  Fidel Tubino (PUCP)  y Carlo M. Velarde (Minedu).

Gonzalo Gamio Gehri

I.- DEMOCRACIA Y CIUDADANÍA.

Tomar distancia del concepto de democracia basado en la etimología (Démos / Krátos).
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“Pueblo” es una categoría equívoca (se la interpreta en términos de unanimidad).
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Todos los tiranos han sido en su momento “populares”.
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Una forma de vida política que atiende a la distribución del poder.

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Noción de ciudadanía como agencia política.
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Ciudadano como titular de derechos.
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 Participación del ciudadano en la cosa pública.
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 Autogobierno como una forma de defender derechos.
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 Espacios de la sociedad civil y partidos políticos como potenciales espacios públicos.

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Dos modos de injusticia (Cicerón / J. Shklar):
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Injusticia activa: cuando lesionamos la ley o atentamos contra los derechos de nuestros conciudadanos.
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Injusticia pasiva: cuando un tercero atenta contra la ley y nosotros - por indiferencia, pereza o complicidad – preferimos mirar hacia otro lado.

II.- ESPACIOS PÚBLICOS.


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No sólo el Estado como administrador del “Bien común”.
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Se trata de escenarios en los que los ciudadanos puedan construir consensos o expresar disensos sobre temas de interés común, y generar formas de vigilancia respecto de la conducta dde las autoridades.
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“Espacio de aparición” de lo propiamente humano” (H. Arendt).

III.- ÉTICA Y CORRUPCIÓN.


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Hablamos propiamente de “corrupción” cuando reconocemos la intervención irregular de la lógica del dinero y el anhelo de poder e influencia en transacciones y actividades humanas en las que se ponen legítimamente en juego otra clase de bienes sociales y recursos.
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No se trata sólo del uso de los bienes públicos para obtener beneficios de carácter privado.
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El espacio de la corrupción no es sólo el Estado.

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Por lo general tal intromisión se ejecuta con la intención de lograr un beneficio particular (con frecuencia asociado al poder y al dinero).
 
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A) Un joven estudiante quiere graduarse con honores en una universidad de prestigio, e intenta hacer valer la influencia política de su padre para lograrlo.

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B) Una empresa de repuestos de automóvil pretende cerrar un millonario contrato con el Estado, y pretende asegurar esa posibilidad ofreciendo un soborno a la autoridad encargada de tomar esa decisión.
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C) Un alcalde que postula a la reelección usa dinero de la comuna para financiar su campaña.


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La concentración de poder en pocas manos en diversos espacios (Estado, sindicatos, etc.), y  la la ausencia de fiscalización efectiva propician el surgimiento de la corrupción.
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La corrupción mina los vínculos de confianza y pertenencia que requieren las instituciones para sostenerse y funcionar. La fe en la transparencia de las transacciones humanas básicas se va debilitando hasta desaparecer por completo.

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Es preciso combatir la injusticia pasiva y el‘halo de invulnerabilidad’  de los perpetradores.
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La cultura de la impunidad   refuerza la conducta corrupta (y corruptora) y desmoraliza al ciudadano.
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 El conocimiento de la ley, la conciencia del propio derecho a la praxis cívica y la fiscalización de las autoridades constituyen recursos importantes para el control democrático y la defensa de la ética pública.


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Es preciso combatir la injusticia pasiva y el‘halo de invulnerabilidad’  de los perpetradores.
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La cultura de la impunidad   refuerza la conducta corrupta (y corruptora) y desmoraliza al ciudadano.
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 El conocimiento de la ley, la conciencia del propio derecho a la praxis cívica y la fiscalización de las autoridades constituyen recursos importantes para el control democrático y la defensa de la ética pública. 


Los súbditos nada pueden contra un soberano casi omnipotente; en un régimen ciudadano, los representantes administran el poder por encargo, y están sujetos al examen y a la interpelación de los agentes políticos.
Cuanto mayor es el índice de democracia directa, menor es el riesgo de corrupción.



viernes, 14 de septiembre de 2012

REFLEXIONES SOBRE EL CONCEPTO DE DIÁLOGO






Gonzalo Gamio Gehri


1.- Sobre el concepto de diálogo[i].

Los agudos conflictos sociales que enfrentan diferentes zonas del país, el litigio que afronta una importante universidad del país en el contexto de la defensa de su autonomía, los desafíos que plantea la recuperación de la memoria en nuestra sociedad, han puesto sobre el tapete la necesidad de dialogar, bajo la premisa de que el diálogo constituye un vehículo de entendimiento y de soluciones pacíficas a los numerosos desencuentros que experimentamos en diferentes espacios de la vida nacional. La filosofía puede resultarnos útil para aproximarnos con cierto rigor a este concepto (y a su práctica).

 Diálogos es un término griego que a menudo se traduce como “conversación” o “discusión”. Proviene de las voces diá (a través de), y lógos (discurso, lenguaje, razón, entre otros sentidos). No alude a “dos” tal y como se cree cotidianamente. Se trata de una forma básica de actividad humana en la que la razón es protagonista. Con ella se trata de arribar a acuerdos de diferente naturaleza, o, en todo caso, si los acuerdos no llegan a lograrse, ella nos permite comprender y evaluar el carácter y los alcances de nuestros desacuerdos; de este modo, el diálogo convierte estas situaciones de inevitable discrepancia en provechosas y aleccionadoras para quienes participan en él. Cuando el propósito del diálogo es la verdad, lo describimos como una “investigación”. Cuando el objetivo trazado es elegir conscientemente un curso de acción que consideramos valioso o correcto en el diseño de un proyecto de vida, lo describimos como “deliberación”. Cuando la meta establecida es construir alguna forma de arreglo social basado en la convergencia legítima de intereses particulares hablamos de “negociación”. Todas estas formas de interacción comunicativa son expresiones de diálogo; cuando se llevan a cabo sin distorsión, están animadas por el ejercicio del lógos. La práctica del diálogo se contrapone al mero uso de la fuerza.

2.- Falibilismo e interlocución.

El cultivo del diálogo requiere de los interlocutores un compromiso estricto con el libre intercambio de razones. Quien dialoga se muestra atento a los argumentos del otro tanto como a la elaboración de los propios. En contraste, la violencia – advierte Hannah Arendt – permanece sorda y muda. La atención a los argumentos del interlocutor no sólo nos remite a la dinámica propia de la acción recíproca de ofrecer razones, si no que pone de manifiesto la exigencia de una determinada actitud de parte de los participantes, que ha sido descrita como una disposición falibilista. Para que el diálogo sea genuino, nosotros tenemos que suponer que podríamos estar equivocados, y que las razones del otro podrían contribuir a esclarecer nuestro eventual error o a despejar nuestra confusión. Por supuesto, tendríamos que esperar que los participantes asuman una disposición análoga a la nuestra. No dialogamos realmente cuando suponemos que contamos con toda la razón de nuestro lado, y nos declaramos absolutamente invulnerables ante el discurso de los otros.

Esta vindicación de la actitud propia del falibilismo cuestiona severamente la afirmación conservadora “diálogo sí, pero con verdad”. A veces pienso que esta posición incurre en el burdo error de confundir la “verdad” con la simple “veracidad”, la disposición a no mentir, dar cuenta de lo que se sabe, poner los propios intereses y aspiraciones sobre la mesa, etc. Resulta bastante claro que toda forma de investigación, deliberación común y negociación exige veracidad, consistencia en el discurso y en la acción y transparencia; la ausencia de tales condiciones vicia el diálogo y lesiona la posibilidad de cualquier forma de entendimiento. Pero esta declaración conservadora parece entrañar más que estas consideraciones elementales. Parece indicar que hemos de participar en el diálogo esgrimiendo (toda) la verdad, puesto que ella nos pertenece. Esta presuposición confunde toda forma de diálogo con la investigación, pero además asume que la verdad es el punto de partida y no el punto de llegada de la investigación. Convierte así en superflua la actividad de dialogar, pues asume que la verdad es algo que se posee de antemano. No cabe, en esa perspectiva integrista, el falibilismo ni la apertura hacia el otro. De hecho, esta posición considera que el diálogo constituye una innecesaria e impertinente concesión al error.

Esta actitud fundamentalista malinterpreta seriamente el significado del diálogo y lesiona su ejercicio. Sobre la base de esta presuposición no es posible que prospere forma alguna de deliberación, negociación o investigación. Quien asegura estar en posesión absoluta de la verdad o en posesión de los criterios de corrección de la acción o de los arreglos sociales no está dispuesto a admitir las interpretaciones de otros o a ceder posiciones con el propósito de arribar a acuerdos que nos permitan resolver conflictos difíciles. El integrista exige del otro silencio y sumisión, capitulación y resignación. Adhesión inmediata sin crítica ni réplica, anuencia frente al solemne monólogo del iluminado. El intercambio de razones se torna en imposición o en un burdo adoctrinamiento.

3.- La tabla flotante. Entre la realidad  histórica y las consideraciones normativas.

El ejercicio del diálogo transita otras rutas. Toma en serio la necesidad de construir consensos en torno a interpretaciones, acciones comunes e intereses. Valora la capacidad de examinar las propias posiciones y estar dispuesto a abandonarlas si es que existen buenas razones para ello. La apertura dialógica está reñida con cualquier versión del dogmatismo. Cuando intentamos silenciar las preguntas que podrían perturbar nuestras creencias más básicas – cuando declaramos nuestro ideario como invulnerable a la crítica – simplemente aniquilamos la posibilidad de conversar y de forjar acuerdos racionales que orienten nuestras prácticas sociales.

Alguien podría objetar que hasta aquí no he hecho otra cosa que discutir exclusivamente las condiciones ideales del diálogo – consideraciones normativas implícitas en el nivel de la práctica y en el de las actitudes -, pero que no he considerado que en nuestros conflictos reales el ejercicio del lógos casi nunca aparece de esta forma “pura”; los agentes reales nos presentamos en los procesos de deliberación, negociación e investigación cargados de presuposiciones ideológicas, propósitos no revelados y juegos de poder bajo la mesa. Todo ello es cierto. Incluso es evidente que, en la mayoría de los casos de negociación política, la situación de los interlocutores dista mucho de ser equitativa, de modo que la práctica de la argumentación corre el peligro de ser sustituida por diferentes formas de presión que arrinconan irremediablemente a la parte más débil.

Esta es una realidad que observamos en los arreglos políticos del día a día, e incluso en las transacciones más cotidianas al interior de las instituciones más modestas. Muchos  actores políticos y “líderes de opinión” exigen del gobierno el uso de la fuerza y no la negociación con las autoridades regionales que se declaran contrarias a determinadas formas de explotación minera en las zonas de su jurisdicción. Que en nuestras interacciones ordinarias la razón esté sistemáticamente amenazada no significa que tengamos que abandonar – en nombre de una cruda y desencarnada Realpolitik – los principios que regulan la práctica dialógica: el reconocimiento de tales principios nos permite identificar las situaciones en las que el diálogo se ve perturbado o lesionado, se le parodia o se convierte en un mero disfraz para la manipulación o la extorsión. Habermas compara el recurso a la razón como una tabla que se ve sacudida por el mar de las contingencias; se la zarandea de aquí para allá, pero siempre permanece a flote. La realidad echa sus cartas, pero el cuidado del lógos nos permite interpelarla y establecer sendas posibles de acción.



[i] Esta es la primera versión de un artículo que aparecerá en la revista Intercambio social.

sábado, 8 de septiembre de 2012

PLURALISMO LIBERAL Y ESTADO SECULAR






Esta semana participé en el Seminario Laicidad y Derechos Humanos, organizado por el Congreso de la República, vía la oficina del Dr. Sergio Tejada. Intervine en un foro sobre el tema:  “Perú ¿Estado laico o estado confesional? Un análisis desde diversas disciplinas”.  La aproximación filosófica estuvo a mi cargo. Aquí presento el esquema de mi intervención.





PLURALISMO LIBERAL, ESPACIOS DE SOCIEDAD CIVIL  Y ESTADO SECULAR. ALGUNAS REFLEXIONES




Gonzalo Gamio Gehri


    1.- IGLESIAS Y DEMOCRACIAS LIBERALES

          Telón de fondo histórico: las guerras de religión (siglos XVI-XVII).
          Los desacuerdos en materia religiosa – en tiempos de integrismo – pueden generar violencia.
          Solución inicial: dejar al individuo y a las asociaciones religiosas voluntarias la potestad de decidir en materia religiosa.
          Estado le corresponde proteger las libertades y derechos de los ciudadanos, pero en ningún caso velar por la corrección religiosa de las personas. es a-confesional, laico.
          Esa preocupación por la corrección doctrinal llevó a generar instituciones como la Inquisición.
          Nadie puede obligarme a salvar mi alma (Locke).
          El Estado debe garantizar la tolerancia religiosa y el derecho de cada cual a creer o no creer. En este sentido, el Estado debe permanecer neutral o imparcial en materia religiosa.
          Comprometerse con algún credo – aunque sea extendido – puede implicar la discriminación de un grupo de ciudadanos.
          El compromiso es con el pluralismo ético y el respeto de la diversidad religiosa en una sociedad libre, abierta a todos los credos.
          En una perspectiva liberal, no sólo no debe existir una “religión oficial”: ceremonias como el Te Deum, o la presencia de un curso de religión católica en la escuela pública vulnera esta pretensión de ‘neutralidad’.
          Constituye una expresión de respeto a la exclusiva potestad de las personas de discernir, discutir y elegir sus creencias y planes de vida.
          En contraste, en algunos Estados confesionales de corte integrista, la apostasía constituye un delito.

2.- LA CRÍTICA CONSERVADORA

         En el contexto ideológico del conservadurismo - los "reaccionarios" locales - se cuestiona esta posición considerándola parte de una suerte de “retirada espiritual”. “No imponer (una religión en desmedro de otras) es imponer (la increencia o el ateísmo)” .
          No es así. Esta crítica es absurda. La separación liberal reconoce el gran valor que tiene la religión para muchas personas; por lo mismo, plantea que los ciudadanos deben contar con un espacio de libertad para examinar ese valor, deliberar sobre lo que le asignaría sentido a la vida, y cultivar (si así lo deciden) genuinas prácticas de fe.

3.- LOS ESPACIOS DE LA FE EN LAS DEMOCRACIAS LIBERALES

          Es el espacio del discernimiento personal.
          Sin embargo, ello no implica “privatizar la fe”.
          Tal discernimiento requiere de espacios sociales, espacios de diálogo.
          Las Iglesias forman parte de la sociedad civil. Su lugar no es el espacio estatal, pero sí lo “público deliberativo” al interior de la sociedad civil.
          El rol de las Iglesias no es sólo la prédica doctrinal, ellas son la fuente de un importante legado en materia de justicia.
          En los espacios de discusión de la sociedad civil – espacios de discusión sobre ética pública, justicia social, etc. – ellas tienen algo que decir.
          Sin embargo, el diálogo es horizontal. No tienen privilegios especiales. La lógica de la sociedad civil es argumentativa.

4.- EL DESAFÍO DE LA SECULARIZACIÓN

          Secularización no es “retirada del espíritu” , si no una nueva lectura del espíritu, que se centra en el horizonte encarnado en lo humano y su finitud.
          Supone una preocupación por la experiencia del tiempo humano (no la eternidad)..
        La preocupación por los “asuntos humanos” (la acción política, el trabajo, etc.). El cristianinsmo es religión de encarnación. Idea de kenosis y temporalidad. 
          Encarnación es ingreso en el tiempo, identificación por parte de lo divino con los asuntos humanos y la justicia en el mundo.
          Tema del ágape y el esfuerzo por el Reino como expresión del compromiso con el mundo.
          Tema del discernimiento personal y la libertad de conciencia tienen una matriz cristiana.
          La “autonomía de lo temporal” es un principio reconocido por el Concilio Vaticano II.
          La secularización es un proceso incompleto en nuestra sociedad.