Pablo Quintanilla P.V.
El Vaticano ha emitido un decreto en el que prohíbe a la PUCP que use los “títulos” de ‘pontificia’ y ‘católica’. Esas dos palabras, sin embargo, no son títulos, sino nombres inscritos legalmente en los registros públicos del Estado Peruano. Tales nombres no constituyen una franquicia, una marca registrada, ni una denominación de origen, así que nadie tiene derecho de exigirle a una institución que deje de usarlos, de la misma forma como sería absurdo que el Perú demandara a la escuela ‘República del Perú’, que está en Montevideo, que cambie su nombre por discrepar de su estructura administrativa.
La palabra ‘pontificia’ viene de ‘pontífice’, que ahora se usa básicamente para designar al Papa, pero que originalmente se empleaba para referir a los emperadores romanos y, especialmente, a los sacerdotes paganos, pues literalmente significa “el que hace puentes”, es decir, el que vincula con Dios. En efecto, pedirle a la PUCP que deje de ser pontificia, equivale a bloquear todos los puentes de comunicación.
La palabra ‘católico’, por otra parte, procede del griego ‘katholicós’, que significa “universal”, término que se acuñó en el siglo II d.C. para designar a todos los que siguen a Cristo. Por ello, otras denominaciones cristianas, como la Iglesia Anglicana y la Iglesia Ortodoxa también son oficialmente católicas, aunque no sean romanas.
Ya que nadie es dueño de las palabras de una lengua, especialmente si no es una marca registrada, la PUCP no tendría que dejar de usar estos nombres si no lo desea, aunque podría decidir, de manera libre y autónoma, dejar de usar el nombre de ‘pontificia’, dado que el Vaticano mismo ha preferido bloquear ese puente de comunicación, pero no tiene que hacer lo mismo con ‘católica’, que literalmente tiene un significado universal.
Pero, más allá de las cuestiones semánticas, la pregunta principal es quién sale perjudicado con la aparentemente inevitable ruptura entre la PUCP y un sector de la jerarquía de la Iglesia Católica. Nótese que digo específicamente que la desavenencia es con cierto sector de la jerarquía, no con la Iglesia, que lo somos todos; tampoco con la doctrina católica y, menos aún, con los mandatos evangélicos de la moral cristiana.
Una parte de esa jerarquía, no toda, viene cometiendo un rosario de errores e imprudencias, que no hacen sino desacreditar a la Iglesia y perjudicar al mensaje evangélico. El decreto enviado a la PUCP por el cardenal Tarcisio Bertone (no precisamente un hombre de indiscutible probidad, como se ha sugerido recientemente a partir de noticias filtradas por el mismo Vaticano), es una más en esta larga y penosa lista. La jerarquía eclesiástica debería ver con mayor afecto su vínculo con una de las mejores universidades del país y de Latinoamérica, una institución que no solo mantiene niveles de excelencia académica y científica sino, además, que difunde el mensaje cristiano con la palabra y con el comportamiento, algo que no se puede decir de muchas de las autoridades de la misma Iglesia, tanto peruana como romana. La PUCP se fundó inspirada en los valores cristianos y el Cardenal Bertone no es dueño de ellos.
No resulta claro qué delito ha cometido esta universidad para que el Vaticano desee quitarle su nombre, aparte de ser, al mismo tiempo, católica y académicamente prestigiosa. Algunas de las razones que se han dado son falsas y otras son grotescas. Entre las primeras, está una supuesta disconformidad entre los estatutos de la Universidad y la Constitución Apostólica Ex Corde Ecclesiae, pero nadie ha podido señalar ni una sola discrepancia. Entre las segundas, está el haber hecho un homenaje a un sacerdote, el Padre Gastón Garatea, y el tener un grupo de lectura del libro “Teología de la liberación”, de otro sacerdote, el Padre Gustavo Gutiérrez. Ambos son sacerdotes en actividad. ¿El Vaticano se escandaliza de que una universidad católica haga homenajes y lea a sacerdotes católicos? La Inquisición perseguía a judíos, brujas y ateos, pero por lo que se ve, la jerarquía de hoy tiene más interés en perseguir a los propios católicos. Esto parece una versión ridícula y caricaturizada del libro de Dan Brown.
En todo caso, es evidente que quien pierde con esta ruptura es la propia Iglesia, no la PUCP, pues esta universidad, con sus profesores y sus estudiantes, podrá seguir existiendo con otro nombre y seguramente con menos obstáculos innecesarios, pero la Iglesia habrá perdido una importante relación con la ciencia y la cultura, además de un sano vínculo con muchos jóvenes valiosos del país a quienes, en vez de acercarlos a Dios los enajena, mostrándoles el lado más oscuro de algunos jerarcas eclesiásticos. Me pregunto si alguna otra persona, como lo hizo el padre Dintilhac y algunos amigos suyos en 1917, se propondrá crear en el futuro una universidad con el nombre de católica.
Con un nombre o con otro, con tres edificios o con dos, con mayor o menor renta, un numeroso y significativo sector de la intelectualidad peruana, y probablemente toda la juventud universitaria, pensarán que la jerarquía de hoy sigue siendo la misma a la que perteneció Fray Tomás de Torquemada. ¿Se sorprende esa jerarquía de que las Iglesias estén vacías y que los propios creyentes estén cada vez más decepcionados de la Iglesia a la que todavía, y a pesar de todo, quieren pertenecer?
Ese sector de la jerarquía vive en la Edad Media y cree que su sola autoridad basta para obligar a que la gente crea o actúe según su mandato. No ha reparado en que, en el siglo XXI, no se puede obligar a nadie a creer o actuar de forma alguna, solo se puede inspirar con ideas y con el propio ejemplo. Aquí sí hay, entonces, una incompatibilidad de principio: mientras ese sector de la jerarquía vive en el siglo XI, la PUCP es una universidad del siglo XXI. Mil años las separan, por lo cual parece imposible que se puedan poner de acuerdo. Por lo menos no en tanto ese sector sea el que detente el mayor control en la Iglesia, cosa que podría y debería cambiar, dado el escandaloso manejo que hace de su poder, tanto en este como en otros casos. ¿Realmente cree esa jerarquía que se gana la fe de las personas de manera coercitiva?
Lo que está detrás de este vergonzoso conflicto es una lista de intereses e interesados, que tiene más que ver con los bienes de este mundo que con la búsqueda del bien y la verdad. Por eso, este es momento de pensar con claridad y de expresarse con valentía. Ya pasó la época en que uno debía bajar la cabeza ante una imposición arbitraria y prepotente.
Los detalles de la ruptura entre la PUCP y un sector de la jerarquía eclesiástica solo están comenzando, y ya evidencian que ese sector no está a la altura del mensaje y de la institución que representa. Todo indica que observaremos una brutal lucha por los bienes materiales, tanto en los tribunales como en los medios de comunicación. Me pregunto qué pasaría si Jesucristo entrara repentinamente al Palacio Arzobispal y observara a ciertos jerarcas negociando con, y manipulando a, jueces, políticos y periodistas, de formas retorcidas y tortuosas, y asociándose a grupos corruptos, criminales y autoritarios, para aumentar su poder y apropiarse de bienes que no les pertenecen, ni legal ni moralmente, como ellos mismos lo saben, aunque no parece importarles mucho.
(Publicado en Diario 16).
Véase la entrevista de R.M. Palacios a Marcial Rubio.
(Publicado en Diario 16).
Véase la entrevista de R.M. Palacios a Marcial Rubio.