jueves, 31 de marzo de 2011

CORRUPCIÓN Y POLÍTICA: LA MORAL DEL CAMALEÓN (POR ALEKSANDAR PETROVICH)





Aleksandar Petrovich*


En 1991 se demostró que decenas de congresistas estadounidenses, incluidos el presidente de la Cámara, el líder del Partido Demócrata en la Cámara de Representantes y el jefe de la oposición republicana, habían estado retirando del banco de la Cámara más dinero del que tenía. Las sumas en cuestión eran a veces muy altas, y no conllevaban ningún tipo de interés o penalización. El coste de este dinero sin intereses corría a cargo de los contribuyentes. Una encuesta demostró que el 83% de los ciudadanos adultos creía que estos legisladores no lo habían hecho por error sino porque sabían que podían salirse con la suya (New York Times, 10 de octubre de 1991).

Esas revelaciones sobre el Congreso de los Estados Unidos, causaron conmoción, pero fueron poca cosa, comparadas con las actitudes y practicas de los legisladores locales reveladas por una investigación en Arizona. Las grabaciones ocultas filmadas en video por la policía, muestran a unos legisladores extraordinariamente sinceros en lo referente a sus actitudes sobre la vida y la ética. La senadora Carolyn Walter explicó: “Me gusta la buena vida, y estoy intentando situarme para poder llevar buena vida y tener más dinero”. Mientras extendía la mano para aceptar un soborno de 25.000 dólares añadió: “Todos tenemos nuestro precio”. El representante estatal Bobby Raymond fue todavía más contundente: “No hay asunto en este mundo que me importe un pimiento”. Mi frase favorita es “Y a mí que me importa” (New York Times, 11 de Febrero de 1991).

Obviamente, el modelo de político estadounidense no es en términos weberianos, un modelo tipo a seguir. Ya lo dice Max Weber en su libro ‘El Político y el Científico’, “el político norteamericano es un empresario político que busca el poder como medio para conseguir dinero (…) no le importa ser socialmente despreciado como profesional como político de profesión”. Confirma esta afirmación, el estudio realizado por J. NYE en su artículo Corruption and Political Development, publicado en la American Political Science Review. Según NYE, hay muchos políticos norteamericanos que carecen de moralidad o que camuflan sus verdaderas intenciones al ingresar a la política.

Pero no sólo los estadounidenses sufren de la corrupción de sus políticos. En las Americas, en Venezuela, Carlos Andrés Pérez, fue declarado culpable de corrupción política por la Corte Suprema; en Colombia, Ernesto Samper fue descubierto de haber recibido dinero del narcotráfico para su campaña política; en Brasil, Collor de Melo había tejido una red de corrupción política y, en Nicaragua, Arnoldo Alemán, ha sido acusado por transferencias ilícitas de fondos públicos, en perjuicio del Estado nicaragüense.

En Europa, en Alemania, Helmut Kohl fue encontrado culpable de haber realizado actos ilícitos en el financiamiento de su partido y recientemente, en España, varios políticos españoles, que ejercían cargos de alcaldes, están siendo procesados por enriquecimiento ilícito, sobornos y lavado de dinero. Es evidente que la moralidad de ciertos políticos no existe.

Desde luego, que este factor de corrupción política, el ingreso a la política de “camaleones políticos”, es el que durante muchos años viene desestabilizando la Democracia. En países en desarrollo constante, los “camaleones políticos” cada vez aumentan y no existen filtros para evitarlos. La doble moral, el pago de sobornos, el tráfico de influencias políticas a nivel internacional, las concesiones de monopolios camuflados, los lobbies para empresas corruptas, no sólo enriquecen a esos “camaleones políticos”, sino que son causa de una gran atraso; perjudicial para el desarrollo económico, social y político de una comunidad que pretende evolucionar bajo un sistema democrático.

Si queremos una democracia fuerte, con continuidad en el tiempo, generadora de beneficios comunes, es preciso no sólo hacer una sabia elección de un “político profesional virtuoso”, sino exigir que los que quieren ser políticos se preparen, tengan una formación en Ciencia Política y en Ética Publica. Y es que no podemos seguir tolerando la presencia de políticos con la “moral del camaleón”.

En España, por ejemplo, existe una generación de políticos del PP y del PSOE, que practican abiertamente “la moral del camaleón” desde hace varios años. Y lo hacen por dos razones. Una para continuar en el espacio público, desnaturalizando la finalidad del ser un funcionario público, al servicio de los intereses del pueblo o de la sociedad. Y dos, para lograr sus intereses personales sin importarles el bien común ni mucho menos los objetivos nacionales. Así hemos comprobado la venta de votos, el cambio del partido, la venganza, el acose, los acuerdos clandestinos, y todo el amañe que lleva consigo la actitud camaleónica de un político sin moral.

Ese tipo de políticos tiene con razón desprecio del pueblo. De momento, el pueblo español no tiene medios para neutralizar a esos políticos. Para muchos de los jóvenes españoles, los políticos son “cazadores de cargos públicos” que no se merecen ningún respeto.

Parece ser que la solución al político con moral de camaleón, está en identificar los vicios ocultos en las estructuras de los partidos políticos. Son vicios ocultos que demuestran ineficacia, autoritarismo, enchufismo, desorganización.

A mi juicio, lo que más ha contribuido al alejamiento, a la pachorra y al rechazo a los partidos políticos, es la existencia de una adicción al poder político de un solo grupo de personas o clanes familiares.

Excluyamos a los camaleones, a los adictos al poder.


* Abogado. Doctor en Derecho e investigador. © 2011.

sábado, 26 de marzo de 2011

LA CATOLICIDAD DE LAS UNIVERSIDADES CATÓLICAS (JORGE COSTADOAT S.J.)






Jorge Costadoat S.J. *



"Lo católico” acarrea problemas en el ámbito universitario. Cuando se confunde la misión de una universidad con las exigencias de la religiosidad cristiana, es la propia catolicidad de las universidades la que termina desprestigiándose. Pero “lo católico” puede contribuir efectivamente a la búsqueda de la verdad, objetivo y sentido de todas las universidades. Puede, cuando en “las católicas” se articulan debidamente la fe y la razón.

Cuando se hace depender la catolicidad de una universidad de la adscripción o devoción religiosa de sus alumnos y, sobre todo, de sus profesores, la universidad se enferma. Menciono tres patologías. Dos típicas: la simulación y la exclusión. En lo inmediato, la invocación religiosa de “lo católico” puede generar exclusión. Esto comentan en las universidades los académicos que temen ser mal mirados, o efectivamente lo son, porque no creen en Dios, no son cristianos, tienen otro credo o no están a la altura de la doctrina de la institución. Por ejemplo, hay personas que temen no obtener la titularidad si se separan y, peor aún, si se casan de nuevo. En las “católicas” ocurre también que académicos lucen su catolicismo para congraciarse con el establishment. Esta simulación es penosa, pero además enrarece las relaciones entre las personas, crea sospechas, genera odiosidades.

A mi juicio estas enfermedades afectan la catolicidad de las universidades católicas porque contaminan su misión. Una universidad no puede ser católica si no estimula el ejercicio libre de la razón sin el cual se hace imposible llegar a la justicia y la paz social, objetivo último del quehacer universitario en la sociedad.

Los principales documentos eclesiales sobre el tema destacan que la misión de toda universidad es la búsqueda de la verdad. Las universidades católicas, a este respecto, no debieran invocar título privilegiado alguno. De hacerlo, atentarían contra su propia certeza teológica: la Iglesia cree que el Padre de Jesucristo es el Creador de la razón humana, razón de la que todas las personas gozan independientemente de su credo. De aquí que las universidades católicas debieran entender que, de acuerdo a la misma fe cristiana, su búsqueda de la verdad no es mejor ni peor que la de los demás, sino que se caracteriza por subrayar la necesidad del diálogo y del amor de la humanidad consigo misma, lo cual se consigue con aprecio de la diversidad cultural y sujeción a los métodos que sin daño de nadie la ciencia se da a sí misma. Las universidades cristianas, por esta razón, debieran ser espacios para aquella libertad de pensamiento que es posibilitada por una neta distinción de los planos de la fe y la razón que, paradójicamente, despeja el camino para una convergencia entre ambas. En estas universidades, los católicos no debieran pretender encontrar la verdad sin los no católicos. Se incurriría en un “pecado” en contra del Creador de unos y otros.

Donde hay falta de libertad, se estudia, se piensa, se dialoga y se enseña con dificultad. Por esta razón, el respecto a la conciencia y a la indagación científica, sobre todo mediante una institucionalidad capaz de corregir los posibles abusos, es condición para encontrar esa verdad que solo es tal cuando, por lo mismo, libera las potencialidades de todos y urge un compromiso con todos, especialmente con aquellos que no tienen quién investigue por ellos.


Menciono, por esto, una tercera enfermedad. La peor de todas. En nuestro medio la alianza entre la academia y la empresa privada debiera abrirse a una comprensión de la verdad humanamente más amplia, más humanizadora, que aquella que solo sirve para alimentar el capitalismo. Cuando, por el contrario, esta alianza es sellada con la colaboración de un catolicismo pío y estrecho, la injusticia social se vuelve incontrarrestable. Entonces prevalecen los intereses particulares sobre la búsqueda del bien común, y la opción por los pobres que debiera distinguir a las “católicas” cede a favor de la formación de los privilegiados de siempre.


Una universidad es verdaderamente católica cuando en ella la fe cristiana favorece la libertad de pensamiento y el compromiso por incluir a los excluidos o a los estigmatizados por su credo o por su vida.
*Teólogo jesuita. Profesor de la Universidad Católica de Chile y la Universidad A. Hurtado.

sábado, 19 de marzo de 2011

EL VIAJERO Y EL MISTERIO





Gonzalo Gamio Gehri



Como se sabe, El viajero (1818) de Caspar David Friedrich constituye uno de los motivos espirituales de este blog. Esa imagen acompaña esta página de un modo permanente desde el principio, en el 2007. Muestra la figura de un hombre, de espaldas, que contempla - desde lo más alto de una montaña - la profundidad de un acantilado, un cielo cubierto de nubes. La precisa silueta del viajero contrasta con lo difuso e impresionante de la naturaleza que se abre frente a sus ojos, y bajo sus pies. Nuevamente, la temática romántica de lo finito y lo infinito. El yo que afronta conmovido la inmensidad de lo absoluto.

La metáfora de la vida como un viaje de autoconocimiento la encontramos en una serie de importantes obras del siglo XIX, claramente, por ejemplo, en el Fausto de Goethe, la Fenomenología del espíritu de Hegel y el Enrique de Ofterdingen de Novalis. Es, también, por supuesto, un motivo clásico, en la senda de Homero, Virgilio y Dante Algheri. Incluso el mito y el cuento de hadas poseen la estructura del viaje, de la ruta del héroe y sus trabajos. La existencia es concebida como un camino del que hay que extraer lecciones para lograr la plenitud y el saber.

El anhelo de absoluto paraece cumplido en la escena retratada por Friedrich. La naturaleza que se le re-vela es manifiesta y a la vez misteriosa. Los vientos se agitan bajo sus pies. El espectáculo del mundo se hace presente a la vista. Uno tiende a pensar que los viajeros requieren "raíces portátiles", que los recuerdos, los anhelos y la melancolía constituyen un peso muerto que perjudica el viaje mismo. No es así. La naturaleza agreste que pone de manifiesto Friedrich parece ser el reflejo del alma del personaje. El viajero es una figura melancólica. La lógica romántica de la Aufhebung pone en evidencia que el alma romática transita lo infinito llevando consigo su acervo de experiencias, así como sus conflictos y aspiraciones. Ulises llevaba al campo de batalla la imagen de la brillante cabellera azabache de su amada, cuyo nombre invocaba en el fragor del combate. Recordemos asímismo cómo los navegantes colocaban en la proa de sus barcos la efigie de sus seres queridos, como incontestable testimonio del deseo del reencuentro. Los exploradores de tierras lejanas no pierden el impulso que experimentan ante la idea misma del retorno a la patria.


El viajero mira directo al fondo del acantilado. Y esa visión se nos oculta.


viernes, 18 de marzo de 2011

PPK ON THE ROCKS (NELSON MANRIQUE)



Nelson Manrique


El 10% de respaldo que ha obtenido PPK, según la última encuesta del IOP de la PUCP, ha sido un tónico que le ha refrescado la memoria con relación a una solemne promesa que hizo al proclamarse candidato presidencial: que renunciaría a su nacionalidad norteamericana. Mientras anduvo anclado en un 5%, PPK hablaba del tema más bien remolonamente: hay que hacer consultas, es engorroso llenar las formas, nunca se sabe cuánto tiempo se va a tomar la burocracia, etc. Y fue llenando los vacíos con mentiras manifiestas, como afirmar que se nacionalizó porque los gringos lo presionaron a hacerlo, o que al naturalizarse gringo no renunció a su nacionalidad peruana.

En los EEUU no te presionan para hacerte ciudadano por llevar mucho tiempo viviendo allí, y eso pueden ratificarlo miles de peruanos que radican por esos lares. Esto puede ser un argumento a favor si uno quiere hacerse norteamericano, pero no es un motivo para que te pongan un cuchillo al cuello para obligarte a hacerte gringo. Por otra parte, es requisito imprescindible –explícitamente señalado por la Guía para la Naturalización, el documento oficial del Servicio de Ciudadanía e Inmigración del Departamento de Homeland Security de EEUU– renunciar a toda nacionalidad previa: “usted no puede convertirse en ciudadano americano hasta que haga el Juramento de Lealtad... Cuando usted hace el juramento usted promete a hacer tres cosas: 1) Renunciar a lealtades extranjeras… 2) Apoyar a la Constitución (de los EEUU)… 3) Prestar servicio militar o civil a los EEUU”.

El juramento que PPK ha leído en el acto público de su nacionalización como ciudadano de EEUU es suficientemente explícito: “renuncio absolutamente y por completo y abjuro toda lealtad y fidelidad a cualquier… Estado o soberanía extranjera, de quien o de cual haya sido sujeto o ciudadano antes de esto… apoyaré y defenderé a la Constitución y las leyes de los EEUU de América contra todo enemigo extranjero y nacional… profesaré fe y lealtad reales hacia el mismo… portaré armas bajo la bandera de los EEUU… prestaré servicio como no combatiente en las FFAA de los EEUU… asumo esta obligación libremente, sin ninguna reserva mental ni intención de evasión; lo juro ante Dios” (http://www.uscis.gov/files/article/M-476_Spanish.pdf, p. 28). El texto tiene también versión en inglés, así que PPK no puede alegar que no entendió qué era lo que estaba jurando. Abjurar, según el DRAE, es: “Retractarse, renegar, a veces públicamente, de una creencia o compromiso que antes se ha profesado o asumido”.

El empeño de PPK en negar que ha renunciado voluntariamente a la ciudadanía peruana, “sin ninguna reserva mental ni intención de evasión”, recuerda la historia de la nacionalidad de Alberto Fujimori. Mientras fue presidente, negó categóricamente tener la nacionalidad japonesa, y este fue un secreto muy bien guardado, hasta por el gobierno japonés, que solo reveló que Fujimori San era un leal súbdito del emperador cuando el gobierno peruano solicitó su extradición para que respondiera ante la justicia por sus crímenes y robos. Y cuando –luego de cometer el mayor error de su vida al embarcarse hacia Chile, donde fue detenido– se vio confrontado con la perspectiva de su inminente extradición al Perú, recurrió a su nacionalidad escondida para presentarse como candidato al Senado japonés.

De acuerdo con el artículo 118º de la Constitución, el Presidente tiene la potestad de representar al Estado, dentro y fuera de la República, dirigir la política general del Gobierno, dirigir la política exterior y las relaciones internacionales, celebrar y ratificar tratados, administrar la hacienda pública, negociar los empréstitos y dictar medidas extraordinarias mediante decretos de urgencia con fuerza de ley, presidir el Sistema de Defensa Nacional, organizar, distribuir y disponer el empleo de las FFAA y de la PNP, adoptar las medidas necesarias para la defensa de la República, de la integridad del territorio y de la soberanía del Estado, declarar la guerra y firmar la paz. Supongo que siempre y cuando le deje tiempo su obligación de “portar armas bajo la bandera de los EEUU”, claro.

Ser presidente de la República debe ser el sueño de todo lobbysta.

(Tomado de La República)

jueves, 17 de marzo de 2011

DERECHOS HUMANOS, RECUERDO Y OLVIDO DELIBERADO



Gonzalo Gamio Gehri


Examinemos el tema del olvido en los procesos de justicia transicional*. Algunas sociedades que han atravesado por largos períodos en los que el sistema democrático ha quedado en suspenso, o han afrontado cruentos conflictos armados, deciden – por decisión de un gobierno democrático, por iniciativa de la sociedad civil organizada, o por influencia de la comunidad internacional en un contexto de reconstrucción institucional – examinar retrospectivamente los procesos de violencia o las interrupciones del orden constitucional, para indagar acerca de sus causas y de su impacto sobre la población y las instituciones, con el fin de producir mecanismos de no repetición tanto en el ámbito de las mentalidades como en el de las estructuras sociales y políticas. El trabajo de la memoria se asocia al de la justicia. Esta clase de proyectos caen bajo el rótulo de la llamada “justicia transicional”, pues se trata de una forma de investigación y acción política y legal que tiene lugar en procesos de recuperación de la democracia (“transiciones”). El argumento que esgrime señala que no es posible cimentar un genuino ethos democrático o consolidar una cultura de paz implica revisar el pasado violento, asignar responsabilidades y asegurar reformas institucionales y educativas sobre la base del conocimiento de aquello que (realmente) sucedió.

Desde luego, en circunstancias políticas de transición, esta no es la única posición existente en el debate público en torno a la pertinencia del esclarecimiento de la memoria en torno a experiencias de violencia y de represión de las libertades. Un sector de la (a menudo autodenominada) “clase política” – así como un sector de la opinión pública – proponen más bien “políticas” de silencio: dejar las cosas como están, no investigar, propugnar el olvido (para no “reabrir viejas heridas”, e incluso plantear una amnistía. Voltear la página y seguir adelante. Algunas transiciones políticas han defendido y desarrollado políticamente esta idea. La transición española es un ejemplo famoso de lo que vengo describiendo. La recuperación de la democracia y el Estado de derecho, así como la incorporación en el escenario político de organizaciones que otrora habían sido declaradas ilegales, como el Partido Comunista, supuso un acuerdo de las partes que implicaba silencio por los crímenes cometidos durante la guerra civil y la dictadura de Franco. Esta forma de represión de la memoria no prosperó en contextos extrapolíticos. La cantidad de libros y películas que versan sobre la guerra civil española y los crímenes del período franquista – piénsese en La lengua de las mariposas, o la reciente El laberinto del fauno, entre muchas otras – ponen de manifiesto la necesidad de muchos españoles de esclarecer el pasado.

¿Qué clase de olvido está presente en esta suerte de prédica? ¿Es posible que sea el olvido de las políticas de silencio un olvido “reparador”, que pueda brindar “salud” a la comunidad? ¿O se trata de una disposición que sólo promueve la supresión de la memoria y la impunidad? Es evidente que el trabajo de la memoria supone una suerte de dialéctica entre el re-cuerdo y el olvido; Tzvetan Todorov nos ha enseñado que la memoria constituye un proceso selectivo – una forma de discernimiento que permite reconocer qué imagen del pasado debe retenerse y qué vivencias pueden ser olvidadas. El registro absoluto de lo pasado (la memoria del ordenador) es imposible para el espíritu humano (constituiría una especie de maldición, en la línea del cuento de Borges Funes el memorioso). Las víctimas pueden elegir seguir el camino del olvido, una vez pasado el tiempo de duelo y la acción de la justicia. El verdadero enemigo del ejercicio de la memoria es la construcción de una “historia oficial”, una historia diseñada por una cúpula que detenta el poder, bosquejada a la medida de sus intereses, una historia que no recoge la vivencia de las víctimas ni denuncia forma alguna de injusticia u opresión[1]. La “historia oficial” no es fruto de la deliberación cívica en torno a lo que es preciso recordar, y tampoco reconoce la voz fundamental de aquellos que se han visto directamente afectados por la violencia.

Paul Ricoeur nos habla del “olvido deliberado”, producido por una decisión ética. En un extremo, tenemos la necesidad del olvido de quien efectivamente ha ajustado cuentas con el pasado, ha tomado medidas para prevenir situaciones similares, y es capaz de mirar el pasado de una manera menos agobiante y dolorosa. Se trata de un “olvido relativo”, pues es más bien un cambio de actitud frente a lo vivido. Una cierta desconexión con la amargura asociada al re-cuerdo. Esta clase de disposición a menudo está asociada con la asignación del perdón, aunque recordemos que ésta constituye una “gracia” que sólo puede otorgarla la víctima, y no implica la supresión de la memoria o la suspensión de la justicia. En el extremo opuesto tenemos lo que denomina el “olvido de la huida”, asociado con lo que la tradición intelectual de la tragedia griega describía como “ceguera voluntaria”, “consiste en no querer ver, no querer tener noticia de algo”[2]. Señala acertadamente este autor que esta especie de olvido está asociado a la omisión. Los agentes han visto, pero prefieren mirar hacia otro lado.

Quienes suscriben las políticas de silencio sostienen que éstas se enmarcan en la primera forma de olvido deliberado. Quienes apoyan los proyectos de justicia transicional sindican a los defensores del silencio como voluntariamente ciegos. En el Perú actual, las posiciones que acabo de describir de manera esquemática se han hecho presentes en el debate público en torno al trabajo de la Comisión de la Verdad y la Reconciliación (CVR), que publicó su Informe Final a fines de Agosto de 2003. Un hecho interesante – que habremos de examinar luego – es que muchos de los participantes en esta discusión apelaron a argumentos de tipo religioso a la vez que esgrimieron argumentos específicamente políticos.



* Este es el borrador de un brevísimo pasaje de una investigación que estoy llevando a cabo para la UARM y una universidad norteamericana.

[1] Revísese Todorov, Tzvetan Los abusos de la memoria Barcelona, Paidós 2000 pp. 15-16.

[2] Ricoeur, Paul “El olvido en el horizonte de la prescripción” en: Academia Universal de las Culturas ¿Por Qué recordar? Buenos Aires, Gránica 2002 p. 74.

lunes, 7 de marzo de 2011

EL VALOR DE LA FINITUD: UNA NOTA SOBRE “MEET JOE BLACK”





Gonzalo Gamio Gehri


La crítica no trató bien a Meet Joe Black (1998), de Martin Brest, pero se trata de una de mis películas norteamericanas favoritas en virtud de su hilo narrativo y trasfondo mítico. Intrigada por una conversación entre una joven y su padre, la Muerte (Brad Pitt) decide tomar el cuerpo de un joven y pasar una temporada entre los mortales, con el fin de aprender acerca de los secretos de la vida. Se aloja en casa del empresario Bill Parrish – a quien le revela su identidad, y a quien advierte que le quedan escasos días de vida – para tomar lecciones sobre aquello que significa vivir a plenitud. Los seres que pertenecen al ámbito de lo eterno no pueden orientarse sino bajo la guía de un ser mortal. Considera a Parrish un hombre íntegro y tiene mucha curiosidad respecto de su breve discurso sobre la necesidad de experimentar las tempestades del amor y de la pasión. Pronto se enamora de Susan (la hija, que es médico, encarnada por Claire Forlani) y la Muerte se ve envuelta en su propia tempestad interior. Conoce además los conflictos de poder que sacuden la empresa de Parrish, los nudos familiares, las conspiraciones de salón de sesiones de Directorio.

No voy a concentrar mi reflexión en el plano estético o en el lado formal del filme, eso se lo dejo a los especialistas. A pesar de los diversos pasajes ingenuos de la película, me parece que desarrolla un punto interesante. Me gusta el argumento. Escuchando a dos mortales hablar, la Muerte percibe que se está perdiendo de algo importante. Su perspectiva infinita y eterna no le ha permitido sin embargo, tomar contacto con el dolor, el amor, la confusión, la incertidumbre, y en general todo lo que hace que los seres humanos nos aferremos a esta vida. Joe Black aprende a reconocer la plenitud en las cosas pequeñas, en el sabor de la mantequilla de maní, el paseo por la ciudad, el suave tacto del cabello de la mujer que ama, el miedo a perderla. Todo eso le era completamente desconocido. Lo infinito requiere de lo finito, decía Hegel; sin mundo, Dios no es Dios. Ahora la Muerte es más sabia, porque ha afrontado la experiencia de lo negativo: la (inter)dependencia, la ausencia, el anhelo, la necesidad. “Dios mío, si tú hubieras sido hombre, hoy supieras ser Dios”, dice también Vallejo, en clave hegeliana. Es la riqueza de lo finito lo que otorga verdadera infinitud. Hay que poner una especial atención a la escena en la que Black conversa con una paciente terminal jamaiquina sobre el sentido de la vida, la soledad y el valor de los recuerdos, cómo esta mujer se convierte en una lúcida maestra de la Muerte respecto de lo que significa llevar una vida y prepararse para lo que sigue. Cuando la Muerte debe retirarse – en aquella escena memorable de la fiesta de cumpleaños de Hill, en la que Joe y Bill contemplan extasiados el espectáculo de fuegos artificiales -, lo hace con gran desazón, pues ha comprendido finalmente el valor de lo finito. Separarse de Susan, desconectarse de la belleza y la magia del reino de lo temporal. No hay nada más difícil que dejar ir lo que uno ama más. Volver al horizonte de lo eterno supone para él un esfuerzo doloroso. Jamás pensó que su paso por el mundo de los mortales podría modificar de esa manera su perspectiva sobre las cosas. Ha aprendido a respetar y a valorar a los seres humanos, aquellas criaturas fugaces que otrora recogía casi sin mirar. Conoce sus apegos, sus virtudes y sus miserias de un modo que no tiene precedentes. Ha logrado una sabiduría desconocida hasta entonces entre los inmortales.

Peculiaridades de la vida mortal, que a los inmortales captura. Un viejo motivo griego que de alguna manera encontramos en Meet Joe Black.


Imagen: Claire Forlani y Brad Pitt. Tomada de aquí.

ESTUDIANTES DE LA PUCP SE PRONUNCIAN SOBRE CONTROVERSIA CON EL ARZOBISPADO







Viernes, 04 de marzo del 2011 |

Frente a los hechos recientes, estudiantes de la PUCP manifiestan su rechazo a la campaña mediática iniciada contra la PUCP y a la forma en que el Arzobispo de Lima se ha expresado con respecto al desarrollo de la controversia.


Pronunciamiento de la Junta de Presidentes FEPUC (03/03/2011)

Los estudiantes de la PUCP, ante las últimas noticias sobre el conflicto que nuestra universidad mantiene con el Arzobispado de Lima, expresamos los siguiente:

1. Repudiamos la campaña amarillista y sensacionalista que desde hace tiempo ha emprendido el diario Correo en contra de nuestra universidad, así como la obsesión de su director, Aldo Mariátegui, por desprestigiar a nuestra casa de estudios.

2. Rechazamos las declaraciones de Juan Luis Cipriani, quien sostiene que nuestra universidad ha venido realizando una campaña de desinformación sobre el caso. Por el contrario, consideramos que es él quien, de manera subrepticia e instrumentalizando su cargo de Arzobispo de Lima, orquesta una fuerte campaña psicosocial en contra de la PUCP.

3. El acceso de Correo, aliado incondicional de Cipriani, a una resolución judicial de la cual la universidad aún no había sido notificada - llegando incluso a citar extractos de la misma - nos hace pensar que la contraparte de la PUCP recurriría a prácticas turbias para ganar el juicio a toda costa.

4. Reiteramos el apoyo a las acciones que nuestra universidad emprenda para defender su autonomía, pluralidad y forma democrática de gobierno.

5. La MD FEPUC ha elaborado un documento en el que se explica por qué lo difundido por Correo en torno al conflicto con Cipriani es falso. Asimismo, continuará informando para desmentir a aquellos que pretenden desprestigiarnos públicamente o dividir a nuestra comunidad universitaria.

Reafirmamos que nuestro accionar es independiente y acordado por los propios estudiantes en nuestros órganos de representación. Los estudiantes, organizados y unidos, defenderemos firmemente la autonomía de nuestra universidad.


Junta de Presidentes de la FEPUC


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(Tomado de Punto Edu)

miércoles, 2 de marzo de 2011

UNA CUESTIONABLE INTERVENCIÓN EN LA ESFERA POLÍTICA


Gonzalo Gamio Gehri


El último lunes el Cardenal Juan Luis Cipriani ha emitido unas polémicas declaraciones acerca de cómo (no) deberían votar los católicos en las próximas elecciones. Ha señalado que los candidatos que planteen una agenda de discusión en los que se introduzca la despenalización del aborto en ciertos casos o el reconocimiento de las uniones homosexuales como uniones de hecho no deberían contar con el voto de los creyentes católicos. “Un católico no puede aceptar el aborto, no puede aceptar esas uniones de hecho. El católico tiene un contenido. Si un candidato le dice a un católico que está a favor del aborto, el católico le dirá: por usted jamás voy a votar”, sentenció, según aparece en La República. Esta posición nos lleva a recordar situaciones similares que tuvieron lugar en los Estados Unidos, en la pasada campaña.

Desde mi particular punto de vista, declaraciones como éstas tienden a distorsionar la separación entre la esfera religiosa y la esfera pública, un principio fundamental de la sociedad democrática. Por supuesto, una autoridad religiosa puede (y seguramente debe) recordar a sus feligreses que – desde un punto de vista teológico-moral – la Iglesia condena el aborto. Pero no puede traducir ese alegato en una suerte de “mandato” de que los católicos no deben votar por el candidato X o Y. Ello puede leerse como una intromisión en el fuero autónomo de lo político. Cada ciudadano es un agente libre que es capaz de examinar los programas de cada candidato, deliberar en torno a las fortalezas y debilidades de sus contenidos y tomar una decisión conforme al dictado de su conciencia. Cada uno sopesará por supuesto la importancia de sus convicciones religiosas y de sus propias convicciones políticas, emitirá un juicio y tomará una decisión. Habría que confiar un poco más en la capacidad de agencia de los seres humanos.

Declaraciones como éstas acusan un ejercicio de simplificación de las consideraciones éticas que realmente están en juego a la hora de evaluar un programa político y apoyar una candidatura. La discusión sobre el aborto no agota el debate en torno a las propuestas de los candidatos. De hecho, el candidato al que sin duda aluden las palabras del Cardenal – claramente Alejandro Toledo – ni siquiera ha manifestado que su gestión buscaría aprobar sin más una ley en pro del aborto. Lo que dijo en el programa de R. M. Palacios fue que promovería un diálogo amplio acerca de su pertinencia o no en determinados casos (p.e. el llamado “aborto terapéutico”). Las declaraciones del Cardenal suscitan confusión a este respecto, y no corresponden estrictamente a las palabras de Toledo sobre el tema. Evidentemente, lo que supuestamente dice un presidente no basta para sacar adelante un proyecto de esta naturaleza, hace falta al menos un debate constitucional, y otro parlamentario. Los votantes no les entregamos un cheque en blanco a los candidatos electos, y podemos oponernos a sus políticas a través de los canales que el marco legal establece.

He sostenido varias veces en este blog que, – por razones filosóficas, no por apelaciones a la autoridad –, soy contrario al aborto (estoy dispuesto a examinar los casos particulares, pero esa es mi postura general sobre este tema). Creo que eso está bastante claro, me anticipo a las caricaturas que algún interlocutor conservador podría comenzar a dibujar sin ningún cuidado. Me hubiera gustado que el mismo impulso que estas autoridades revelan en esta materia encontrara un eco similar en la defensa de las demás expresiones de los derechos humanos, por ejemplo, en los años del conflicto armado interno. Pero que se me diga que, como católico, debería votar de esta manera o de otra, me parece un acto de manipulación, casi una forma de extorsión espiritual. No lo considero aceptable. Los ciudadanos somos personas adultas, no debemos exponernos a ninguna clase de presión externa a la hora de elegir a nuestros representantes. Los votantes tendríamos que considerar las propuestas de las diferentes tiendas políticas en temas de desarrollo económico y empleo, salud y educación, derechos humanos, estabilidad democrática, diversidad cultural, etc. No se nos puede forzar a tomar una decisión en función de un solo punto de la agenda (que ni siquiera está claro en cuanto tal).

Es inevitable que uno se ponga a pensar en el efecto que pretenderían generar las declaraciones de Juan Luis Cipriani en el escenario electoral. Se sabe que sus palabras pretenden alertar sobre la presunta “agenda” de Toledo, aunque su percepción de la misma es susceptible de controversia. Sabemos también que cuenta con una persona cercana a su entorno en la plancha de Keiko Fujimori, Rafael Rey (la proximidad del Cardenal con el régimen de Fujimori está prácticamente fuera de toda duda); cuenta también con un personaje afín en la plancha de Castañeda Lossio (Augusto Ferrero Costa, vinculado a su defensa legal contra la PUCP). Resulta difícil evitar pensar que sus declaraciones – más allá de sus ideas sobre el aborto – tienen una implicancia política expresa en este contexto: debilitar una candidatura, o quizás fortalecer las candidaturas rivales que cuentan con su simpatía. Esto podría señalarse como una intromisión en la arena política en un tiempo de campaña presidencial, e incluso los analistas más severos podrían afirmar que este tipo de alegatos buscan favorecer a un determinado círculo de interés. Lo razonable sería que la autoridad eclesial no se pronuncie en absoluto sobre las preferencias electorales de los ciudadanos, conforme a los principios democráticos (y, si está dispuesto a hacerlo, lo haga como un ciudadano más en el espacio público: el púlpito o el programa radial pastoral "Diálogo de Fe" no son el mejor lugar para expresar simpatías / antipatías electorales). Por supuesto, dicha autoridad tiene todo el derecho de pronunciarse sobre asuntos morales, pero lo mejor sería evitar que sus declaraciones asuman una explícita connotación política en circunstancias electorales.

En una sociedad democrática que cuenta con un Estado laico, los ciudadanos deben expresar su voluntad sin presiones de ninguna clase, como agentes prácticos independientes.

Actualización: Nota sobre este tema en el Suplemento Domingo de La República.