sábado, 28 de marzo de 2009

MEMORIA Y MUSEO: ¿UNA PRIMERA VICTORIA?



Gonzalo Gamio Gehri


De acuerdo con notas publicadas ayer en La República y hoy en El Comercio, Mario Vargas Llosa ha conseguido persuadir a Alan García de que el gobierno peruano acepte la donación alemana para la construcción del Museo de la Memoria. De acuerdo con estos medios, García había pedido a Vargas Llosa que elabore una lista de intelectuales y especialista que podrían conformar un ‘Consejo de Notables’ que asesorase las actividades del Museo y la disposición de sus salas, teniendo como base la exposición Yuyanapaq. A juzgar por el pre-liberalismo autoritario que marca el imaginario personal de García – que se puso de manifiesto en sus declaraciones en torno al determinismo racial y climático en la conducta de los pueblos (planteado en sus recientes declaraciones) – el trabajo dialéctico de nuestro más notable de nuestros novelistas debió ser particularmente arduo. Jorge del Castillo ha sugerido que el propio Vargas Llosa - un reconocido intelectual independiente - presida ese ‘Consejo de Notables’. Considero que se trata de una excelente idea, siempre y cuando la Defensoría del Pueblo desempeñe el rol que le corresponde en este proyecto, conforme a ley.

Por ahora, las aguas parecen estar aquietándose en torno a este tema. Hace unos días, Ántero Flores Aráoz tuvo expresiones más positivas sobre Yuyanapaq, exposición que no había visitado antes. Señaló incluso que “la verdad es que había mucha objetividad". El ministro se ha rectificado respecto de sus duras palabras iniciales sobre la naturaleza de esta exposición. En realidad, la discusión política y mediática sobre el Museo de la Memoria se destacó por su insuficiente rigurosidad conceptual y por el grueso calibre de los términos empleados, especialmente por los “censores” del proyecto. El propio ministro señaló su carácter “suntuario” de la iniciativa frente a otras prioridades en materia de políticas públicas; no valoraba del todo la conciencia histórica como elemento constitutivo de la formación ciudadana. El Cardenal señaló que el proyecto era creación de una facción de la opinión pública y que el mismo “no era cristiano”; desde luego, el planteamiento del Museo no tiene estrictamente que serlo, en tanto está dirigido a todos los peruanos – a los creyentes en diversas confesiones, y también a los no creyentes – de quienes se espera fundamentalmente que compartan los principios y valores presentes en la Constitución Política. En fin, el debate estuvo a punto de diluirse en la negativa inicial del gobierno, y las declaraciones infelices de García sobre el poder del presidente y la tendencia “natural” de nuestro pueblo a la tristeza llevaron la atención de los medios en otra dirección.

No creo que haya que cantar victoria. No todavía. Esta primera aceptación no es irreversible (como no lo son muchas decisiones del Presidente). Es un primer paso en la construcción de un Museo que puede ser beneficioso para la promoción de la cultura de los Derechos Humanos y para la causa de la justicia en el Perú. Esperemos que el mandatario escuche a Vargas Llosa y no coloque a sus “amigos” y “colaboradores” – ya sabemos quiénes son – en el ‘Consejo de Notables’ del Museo. García ha aludido muchas veces a la necesidad de una “memoria ampliada” del conflicto armado interno: sospecho que el Presidente no ha leído el Informe Final de la CVR, ni ha visitado Yuyanapaq. Se ha referido en múltiples ocasiones al “malestar” que ha causado el Informe de la CVR en ciertos mandos militares, sectores de la “clase política” y otras autoridades.
Aunque creo – en consonancia con lo manifestado por los propios ex comisionados - el Informe Final es punto de partida y no de llegada en el proceso de justicia y reconciliación nacional, considero que aquí las partes del debate no están en la misma situación al interior de esta polémica sobre la memoria en el Perú. Estoy convencido que, en lo sustancial, a fuerza de los argumentos está del lado de la Comisión de la Verdad, mientras que sus "enemigos" políticos y mediáticos han recurrido sistemáticamente al ataque, y muchas veces a la infamia. La CVR publicó un Informe riguroso en cuanto a datos, estadísticas e interpretaciones acerca del conflicto armado. Su elaboración demoró dos años y recabó 17,000 testimonios. A esa extensa investigación interdisciplinaria, sus “objetores” sólo expresan su “malestar”, y alguna peregrina "intuición" , cuando deberían exhibir argumentos y material que los sustente. El malestar y la intuición no basta para plantear una crítica. Si se quiere sostener un debate, se debe debatir de verdad. No basta con enarbolar las columnas de Correo, Expreso y La Razón como si sus “trascendidos” y su trabajo de agitación y propaganda fueran argumentos y geninas investigaciones sobre el tema. No lo son en absoluto. Como he señalado en otro texto, los "objetores" de la CVR cuestionan el Informe con las manos vacías, y llenos de prejuicios. El genuino contraste de auténticos argumentos sí beneficiaría el esclarecimiento de la memoria en el país.

Quizá el Museo pueda convertirse en un espacio de reflexión serio sobre la recuperación de la memoria y la situación de los Derechos Humanos en el país.

jueves, 26 de marzo de 2009

NÚÑEZ Y LA HISTORIA LOCAL DE LA INFAMIA




Gonzalo Gamio Gehri



Lo que ha sucedido en los últimos días con el comunero Edmundo Camana – único sobreviviente de la matanza de Lucanamarca, perpetrada por Sendero Luminoso - no tiene nombre. Después de los sucesos de Lucanamarca, ue fotografiado por Oscar Medrano – reportero gráfico de Caretas – con parte del rostro cubierto por un vendaje que cubría la herida dejada por un machetazo en la cabeza. Esta lesión le produjo una discapacidad severa. Dos décadas más tarde, esta foto se convirtió en una de las imágenes emblemáticas de la exposición Yuyanapaq. Esta circunstancia convirtió a una víctima del conflicto armado en un instrumento para el juego de manipulaciones del Congresista Edgar Núñez – sí el de la fallido Proyecto de Ley de Amnistía, el actor de la bufonesca y falaz Vidas Paralelas -, un político comprometido con una campaña difamatoria contra el Informe de la CVR y contra la propia Comisión. En esta oportunidad, el parlamentario ha jugado en pared con el diario Expreso (un medio que se ha destacado en el innoble arte de falsear la verdad – véase el caso del Museo de la Memoria, los ataques contra la PUCP – sin dignarse rectificar sus versiones cuando éstas han sido desmentidas.

La congresista Juana Huancahuari trajo a Camana a Lima para que fuera incluido en el Registro Único de Víctimas y pueda convertirse en destinatario de reparación por su condición de víctima del conflicto. Recientemente – en medio del debate mediático y político sobre el Museo de la Memoria -, Núñez ensayó una serie de mentiras dirigidas a desprestigiar a la CVR: a.- Camana no fue una víctima de la violencia, tenía orzuelo (declaración recogida por Huancahuari); b.- Las fotos han sido trucadas ‘para denigrar a las Fuerzas Armadas’, Camana tiene los ojos sanos (tanto Medrano como Yuyanapaq indican que la lesión de Camana era en la cabeza, y fue víctima de Sendero Luminoso). Estos infundios fueron desenmascarados oportunamente. Núñez aprovechó la llegada de Camana a Lima para ofrecer una serie de declaraciones de similar calibre a Expreso. Incluso sugirió – como reseña La República en el Editorial de hoy – que la CVR había “traficado con la imagen del comunero y obtenido cerca de 38 millones de dólares (¿?). Sabido es que Yuyanapaq es una exposición fotográfica dirigida a que los ciudadanos peruanos tomen contacto – gratuitamente – con testimonios de un pasado que no debe repetirse. Por supuesto, el político oficialista no está interesado en probar sus acusaciones. Esta clase de mentiras e insinuaciones ofensivas engrosan aún más la caudalosa contribución del Congresista Núñez a la historia local de la infamia. Se sabe que en los próximos días será denunciado ante la Comisión de Ética del Congreso de la República.

Pero esta historia tiene un amargo y sórdido epílogo. La congresista Huancahuari hizo que Camana fuera internado el último viernes en el Hospital de Ciencias Neurológicas. Sorpresivamente, Núñez sacó a Camaná de ese centro – sostiene que con autorización de un familiar, que el programa Prensa Libre ha identificado como un militante aprista – para llevarlo al Hospital Militar dónde sorpresivamente falleció en circunstancias todavía no esclarecidas. Expreso se ufana de contar con sus (literalmente) “últimas declaraciones”. Estos hechos deben investigarse de inmediato.

Ante la pregunta de un reportero de Prensa Libre sobre las causas de la muerte, el propio Núñez señaló que la víctima murió de un infarto provocado por la aungustia y por los ‘efectos del alcoholismo’. Ningún médico se ha pronunciado sobre el caso. Indigna que Camana no sólo haya sido manipulado y maltratado en nombre de una campaña política pro-impunidad que no tuvo en consideración su dolor y necesidades, sino que el propio manipulador terminara denigrando su imagen para intentar explicar su misterioso deceso.

Edmundo Camana tenía 57 años. Su vida fue destruida por la insania terrorista, y su muerte tuvo lugar en momentos en que sectores oscuros intentaron usar su imagen contra la causa de los Derechos Humanos en el país. Era una víctima inocente que en los años de la violencia tuvo que ocultar su nombre para sobrevivir (usó el nombre "Celestino Ccente" para ser fotografiado). Lo que el congresista Núñez y Expreso han hecho con él revela la entraña moral de quienes representan lo peor de la clase política y de la prensa nacional. Les ha importado más su perversa guerra personal contra la ex CVR que la dignidad del propio Camana. Tanto el parlamentario como el medio de comunicación han hecho de la urdimbre de mentiras y medias verdades un modus vivendi para afirmar sus intereses en medio de la discusión pública. Nunca se retractan, ni siquiera cuando tienen evidencias ante los ojos. . No les interesa la veracidad, sólo la utilidad. Y no son los únicos que proceden de esa manera. El próximo año y el siguiente son años electorales; No nos olvidemos de esta clase de acciones y trayectorias. Examinemos si los medios de prensa que consumimos guardan algún tipo de compromiso con la verdad. Juzguemos por nosotros mismos, pero no olvidemos esta clase de actitudes.

El Presidente García ha sorprendido a la opinión pública sosteniendo en una reunión televisada que el peruano es “por naturaleza triste”, y por eso, un inconforme. La herencia genética y el clima lo han condenado a la nostalgia, a diferencia de nuestros vecinos del norte y del este “hiperactivos” y “alegres”, dada su “herencia negra”. García ha proferido una necedad tras otra. Ha hecho gala de sus prejuicios y de su ignorancia. Y ha suscrito de facto un sistema ideológico racista, vetusto y violento. No señor, la tristeza, el inconformismo y la amargura no son producto del clima y la raza; son el fruto del abandono, la indiferencia y la crueldad de nuestra “clase política” y de muchas otras autoridades sociales. Revise el tratamiento que ha dado su parlamentario al caso de Edmundo Camana.

lunes, 23 de marzo de 2009

¿DE ‘REACCIONARIOS’ A LIBERALES?




Gonzalo Gamio Gehri


El lúcido artículo Desafíos del liberalismo en el Perú, escrito por Martín Tanaka y aparecido en La República el último martes 17, ha generado una aguda y saludable discusión sobre la existencia o inexistencia de una “derecha moderna” en el Perú. Tanaka cita generosamente un antiguo texto mío – Antiliberalismo y Derechos Humanos - en el que sostenía que el debate político en el país no ha conocido – salvo contadas excepciones – posiciones liberales (de derecha o de izquierda). Nuestra derecha siempre ha sido reaccionaria y conservadora, devota de Donoso y Schmitt - aunque nunca se tomó el trabajo de leerlos seriamente , y se les evocó casi siempre en una controvertida clave cuasi-fascista -; sus referentes no han sido los escritos liberales de Locke o Kant. Tanaka describe bien a la “derecha criolla” como observante de una lógica “patrimonial en lo económico, discriminadora en lo social y autoritaria en lo político”.

El autor saluda la emergencia de una derecha más moderna, cuya configuración puede ser divisada a partir del hecho de que una serie de periodistas, intelectuales y políticos se hayan manifestado a favor de la construcción de un Museo de la Memoria en el Perú. Esta circunstancia permitiría que los temas de Derechos Humanos, memoria crítica y sociedad civil (la mayoría conceptos de origen liberal) se convirtieran en asuntos que nos convocan como ciudadanos, y dejan de ser monopolio exclusivo de ciertas canteras políticas.

“Afortunadamente, algo parece haber cambiado: en las últimas semanas se han pronunciado a favor del Museo Mario Vargas Llosa, Lourdes Flores, Fritz du Bois, Ricardo Vásquez Kunze, León Trahtemberg, Salvador Heresi, entre otros. Podría decirse que esta es la base para una propuesta liberal en el país”.

Luego Tanaka saluda la candidatura de Lourdes Flores, y hace votos para que ésta pudiese convertirse en una ‘alternativa moderna’ a las candidaturas caudillescas o dinásticas de Castañeda y la escasamente iluminada Keiko Fujimori.

Aunque comparto el entusiasmo del autor acerca de que las cuestiones de Derechos Humanos, memoria crítica y sociedad civil se conviertan en un derrotero de la ciudadanía democrática y en un foco de consenso para todas las canteras ideológicas civilizadas, no coincido en su juicio respecto de las posibilidades de modernización de la derecha. Es cierto que con el Movimiento Libertad, Vargas Llosa ensayó una salida política más o menos ‘liberal’, pero cometió el error de aliarse con los partidos de la “derecha criolla” patrimonialista, discriminadora y casi siempre autoritaria. Los empresarios que le apoyaron terminaron echándose en brazos del fujimorismo. Incluso dentro del propio Libertad prosperó la candidatura de Rafael Rey, entonces joven político ultraconservador. Su salida acelerada de Libertad estuvo motivada por su antidemocrático apoyo al Autogolpe de Fujimori y Montesinos.

Es que nuestra derecha siempre ha sido antiliberal y oportunista, y no se resiste a los encantos de los caudillos y la cancelación de las libertades. Sólo ha abrazado la ideología del mercado libre cuando esto le ha permitido hacer negocio. Su modernización es instrumental. Por ello no creo en que la candidatura de Lourdes Flores sea un signo de este “giro liberal” que describe Martín. Su condición de “lideresa natural” a pesar de sus reiterados intentos por llegar a la Presidencia me dejan pensando si el PPC renueva o no sus cuadros dirigenciales. La elección de sus candidatos a Vicepresidentes me llama la atención acerca de sus vínculos con los “poderes fácticos”. Sus alianzas electorales con Rey y Barba - conocidos exponentes de la extrema derecha más tradicionalista - me dejan dudas sobre su “progresismo”. La conducta de sus parlamentarios en temas de Derechos Humanos me lleva a preguntarme qué quedó del pensamiento social cristiano.

Ricardo Vásquez Kunze – en Rabonas y sahumadores publicado en el nuevo Perú 21 – elabora, en respuesta a Tanaka, un diagnóstico interesante sobre la situación de la “derecha criolla”. Vásquez Kunze no es un liberal, recuerdo alguna columna suya en la que decía identificarse con el “despotismo ilustrado”. Su redacción es aguda, directa, contundente. Considera que nuestra derecha en su mayoría está atrapada en esquemas arcaicos y autoritarios, asociados con el sometimiento a los esquemas antiliberales de la facción más tradicional de las Fuerzas Armadas y la facción más conservadora de la Iglesia Católica. Esa derecha no cree en ciudadanías, Ilustración o Democracia: cree en la “guía” de “instituciones tutelares”. Es reaccionaria.

Sin embargo, el autor percibe un cambio en la política, que está concretándose poco a poco.

“Me di cuenta de que algo estaba pasando cuando, en una cena, el pobre alcalde Heresi, que ha ofrecido su distrito como anfitrión del museo, fue sentenciado en efigie por algunos amigos de armadura y escapulario. Prácticamente Heresi se había convertido en un cadáver político. ¿Su pecado? Haberse metido con las Fuerzas Armadas y la Iglesia, contrarias al museo. Y entonces me dije: ¿no será que los cadáveres políticos son, en realidad, estos amigos que, a ojos vista, se están muriendo de miedo? Porque el miedo revela en política el proceso de un cambio. Y en los cambios siempre hay perdedores y ganadores. Por eso, cuando algunos de esos amigos sentenciaron, histéricos, que en el Perú los únicos partidos de derecha son las Fuerzas Armadas y la Iglesia, me quedó más claro que el agua que los perdedores serían ellos. Sino ¿por qué tanta alharaca?Sin duda porque la era de una derecha de rabonas y sahumadores parece estar llegando a su fin, lo que significa la defunción y jubilación política de algunos. Esto no quiere decir que los militares y los curas no tengan simpatía popular. Lo que quiere decir es que la derecha partidaria se está emancipando de los cuarteles y las iglesias, dejando en la farándula política a los que se quedan allí (¿han visto a Álex Kouri en la revista de Magaly o a Donayre en El Especial del Humor?)”.

A diferencia de Tanaka, Vásquez Kunze señala que el proceso está en marcha, más no describe su ritmo y celeridad. Tampoco describe el sentido de la “derecha moderna” que se va gestando. Incluso se muestra escéptico respecto de que ella se haga liberal (lo que sí declara es que la decrecha peruana debe dejar de una vez por todas el incienso y los sombreros emplumados para asumir una perspectiva nítidamente política). Vásquez Kunze retrata – algo cansado, aparentemente, de su reiterado contacto con los reaccionarios criollos – el talante de esa derecha reaccionaria, que cree que en el Perú los únicos partidos de derecha son las Fuerzas Armadas y la Iglesia. Hasta ahora, nadie lo había dicho así de claro, con todas sus letras. Se trata sin lugar a dudas de una derecha caduca, de "trono y altar" Muchos intelectuales progresistas peruanos creen erróneamente que se trata sólo de una almidonada "pose" de un grupo minúsculo de extravagantes y patéticos personajillos con manías aristocráticas impostadas. Desgraciadamente, podemos constatar que un sector dominante de la derecha peruana comulga con esa clase de imaginarios antidemocráticos y posturas de tipo jerárquico. Ello revela, lamentablemente, cuán coloniales seguimos siendo. Por eso tanta gente conservadora desestima tan rápido la causa de los Derechos Humanos, a la que dogmáticamente declara hostil a las Fuerzas Armadas; por eso algunas personas consideran que el proceso de secularización de la cultura equivale a desespiritualizar la sociedad. Confunden – en la práctica o en la teoría - la “secularización” con el mero “secularismo”. A mí mi parece se trata no sólo de un error intelectual evidente, sino un signo de atraso. El proceso de secularización no tiene porqué lesionar la fe. Lo que necesitamos es delimitar mejor la frontera entre lo político y lo religioso.

En el ámbito político, nos vemos confrontados por dos extremos igualmente cuestionables: una derecha rancia y reaccionaria, y una izquierda cavernaria y dogmática, marxista-leninista. Aunque se detectan brotes de una derecha progresista y una izquierda democrática, no podemos afirmar que este “giro liberal” sea una realidad. Se requiere mucha discusión académica y de una renovación generacional real en el seno de los organismos políticos para que las esperanzas de estos analistas encuentren un fundamento más sólido, que podamos reconocer en el plano de la acción política.

viernes, 20 de marzo de 2009

DEJANDO HUELLA



Gonzalo Gamio Gehri


El día de ayer – con mucha alegría – he recibido un ejemplar de Dejando Huella, la revista de los alumnos del Instituto de Estudios Superiores Juan Landázuri Ricketts, centro de formación filosófica y teológica de la orden franciscana en el que tuve el privilegio de enseñar entre el año 2000 y 2008, interrumpido por los años en los que realicé mis estudios doctorales en España. Siempre he asumido con entusiasmo la tarea de colaborar con la formación de los laicos y de los futuros sacerdotes y hermanos – años antes había colaborado con otras instituciones que siguen la estructura de seminario como la Facultad de Teología Pontificia y Civil de Lima y el ISET Juan XXIII -, porque considero que el fortalecimiento de una Iglesia profética y comprometida con la justicia pasa por la solidez y amplitud de la formación académica, con lo poco que uno puede aportar, y lo mucho que puede uno aprender de sus estudiantes y colegas.

El Instituto Landázuri brilló con luz propia. Contaba con un perfil propio y una propuesta académica muy interesante. Puedo dar fe de que, a pesar de ser una institución pequeña – concentrada en la formación de las cuatro casas OFM en Lima – se distinguió por la búsqueda incansable de la excelencia académica, el compromiso eclesial y social, el pluralismo y la libertad de pensamiento. Ofrecía cuatro años de estudios filosóficos y cuatro de estudios teológicos, lo que la convertía en una institución teológica única en su género. Los estudiantes leían a Duns Scoto, a Todorov, a Rahner, a Gutiérrez y a Nietzsche, con pasión intelectual y sentido crítico. Los profesores siempre contamos con libertad para diseñar nuestros programas. El clima siempre fue de diálogo, confianza y respeto por el docente, sin el menor asomo de presiones ideológicas ni gestos autoritarios de ninguna clase. La institución era un verdadero espacio de reflexión y cultivo de la amistad intelectual. La filosofía floreció allí no como una ancilla - sierva -, sino como una compañera de diálogo de la teología y de las humanidades. Jamás se recurrió a manuales para monitorear las asignaturas filosóficas; se leía directamente a los autores clásicos y contemporáneos. Mis alumnos leyeron a Platón, Aristóteles y a Hegel, pero también a Zizek, Vattimo y Walzer. Muchos estudiantes entraron al propedéutico con una formación precaria en las materias básicas, y salieron – merced a la atención académica y el cariño que les prodigaba la Orden y la propia institución - leyendo a Scoto en latín, y discutiendo la obra de Rorty, Buber y Buenaventura, destacando sus fortalezas y zonas cuestionables. Los alumnos desarrollaban las herramientas conceptuales para pensar por sí mismos y debatir con todos estos autores; no leían la tradición intelectual en clave dogmática ni ecléctica, sino en una perspectiva crítica, genuinamente filosófica. El plan de estudios ponía un énfasis particular en la filosofía y teología franciscanas, y se discutía el pensamiento clásico y contemporáneo.

Me siento orgulloso de haber colaborado con la noble misión del Instituto Landázuri. En el año 2008 mis nuevas responsabilidades universitarias en la UARM y en la PUCP me impidieron continuar dictando ética y filosofía política allí. Leyendo los artículos de Dejando Huella, constato y saludo el grado de madurez y de honestidad intelectual que han logrado mis queridos alumnos franciscanos. Sin duda, serán importantes teólogos y ejemplares sacerdotes, en un mundo y una Iglesia que necesita de ambos. Piensan con libertad y con agudeza: leerlos produce en mí la satisfacción del trabajo logrado. Lo mismo piensan mis colegas, Raschid Rabí, Consuelo de Prado, Glafira Giménez, Alessandro Caviglia, Gregorio Pérez de Guereñu, entre otros profesores.

Me entero, con cierta sorpresa, por uno de los artículos - ¿Crónica de una muerte anunciada?, de Iván Rondón Ríos – que el Instituto dejará de funcionar por un tiempo indefinido. Las razones no son expuestas en el ensayo, aunque se siente la contrariedad de su autor: “
El IES Juan Landázuri Ricketts significa mucho más que un simple centro de estudios.
Su crónica no debería ser la de una muerte
anunciada; al contrario, debería ser la del inicio de una gran obra que aporta
no sólo al pensamiento filosófico-teológico franciscano, sino también a la
realización del Reino en el pueblo de Dios” (p. 4).
La noticia me deja sin palabras. No me explico por qué un instituto teológico tan sólido cierra sus puertas de repente. Considero que la declaración de este joven fraile debe ser honrada por su lucidez y sentido de pertenencia a toda prueba. Esperemos que se trate sólo de una breve interrupción en la notable contribución que esta institución franciscana hace al desarrollo de la Iglesia y de la sociedad. El Landázuri está dejando huella.

martes, 17 de marzo de 2009

LA ÉTICA DE LA MEMORIA Y SU ‘POPULARIDAD’





Gonzalo Gamio Gehri



El intenso debate sobre la memoria ha traído a colación una serie de consideraciones importantes sobre la pertinencia del re-cuerdo. Una serie de cuestiones de argumentación moral elemental – por desgracia desatendidas sistemáticamente – han sido destacadas en medio del debate: 1) que yo prefiera o desee ‘x’ no significa que necesariamente ‘x’ deba ser deseado o preferido; 2) que una determinada causa ‘z’ no sea ‘popular’ no significa que ‘z’ no merezca nuestro compromiso. Que ‘x’ o ‘z’ sean opciones dignas de ser elegidas no depende de lo que de manera contingente deseo yo, o deseamos muchos individuos, sino que su validez proviene de la fortaleza de razones – “objetivas” en cuanto a su significación ética - que trascienden nuestras preferencias. Incluso una minoría solitaria podría apoyar una determinada causa – en contra de lo que señala el “termómetro sociológico” – pero la legitimidad moral de la causa no reside en el número de sus adherentes. “Bueno”, “justo”, etc., son conceptos que describen ‘propiedades’ de las acciones o de las formas de vida que son independientes de la mera expresión del deseo. Lo que hace valiosas determinadas conductas o adhesiones no es el ‘hecho’ de que las preferimos. De hecho – en determinadas circunstancias -, su “valor” constituye un horizonte crítico que permite cuestionar nuestras preferencias.

Esto puede desconcertar a más de un científico social. Ello se debe a que, por lo general, entiende la contraposición entre las “causas mayoritarias” y las “causas minoritarias” en términos de una especie de sumatoria de preferencias por cada bando. No abandonamos así el plano de los deseos / impresiones / intereses. Tantos años con la teoría de la rational choice como único criterio razonante en la mente tenía que generar alguna clase de grave secuela intelectual. Desde ese punto de vista “sociologista” , la “causa minoritaria” – por ejemplo, la causa del Museo de la Memoria – puede quedar supuestamente “mal parada”, o aparecer como “elitista” (una expresión terrible cuando es usada contra quien cree asumir un “pensamiento progresista”). Hacemos nuestras encuestas, identificamos la posición más popular, y decretamos una especie de ganador; la “gente” (el ‘peruano promedio’, se atreven a decir) no quiere recordar. Recuerda más Trampolín a la Fama, o los goles de Cubillas y La Rosa. Para el investigador social “vanguardista”, quienes plantean la necesidad del Museo de la Memoria defienden una “causa Facebook”.

Pero las consideraciones éticas no están en el registro de la “sumatoria de preferencias / intereses”. Por eso, algunos científicos sociales “realistas” consideran que las cuestiones éticas sobrevuelan el Parnaso o el Mundo de las Ideas. Se equivocan. Las consideraciones éticas pertenecen al ámbito de las razones para actuar. Si – por ejemplo (no seré exhaustivo en esto) – la construcción del Museo de la Memoria puede aportar a la sociedad peruana un foro de discusión crítica, investigación y formación cívica que fortalezca la cultura de Derechos Humanos, o amplíe nuestra conciencia en materia de la prevención de la violencia y la exclusión, o si permite a los individuos ponerse en el lugar de las víctimas y actuar en su favor, etc., entonces encontramos buenas razones a favor de la causa del Museo y otras causas afines (no se trata solamente del Museo, como resulta obvio).

El ámbito de las razones abre un espacio deliberativo que se sitúa más allá de lo que “yo prefiero”, “tú prefieres”, etc. Pretenden situarse – en principio, el asunto es complejo: esta vez voy a desarrollar un “modelo ‘puro’ de argumentación moral”, cargando un poco las tintas – en un plano relativamente impersonal. Si yo llego a entender tus razones, y llego a compartirlas (porque consigo reconocer su plausibilidad), entonces asumo una perspectiva que ya no depende de las voluntades meramente "empíricas" – por así decirlo -; ahora mi posición tiene un asidero racional. Si esto es así, entonces encuentro un motivo significativo para nadar contra la corriente. Intentaré convencer a otros (en virtud de la fuerza de los argumentos) de la validez de mi tesis. Por supuesto, alguien podría decirme: “un momento ¿No será esta la posición de una persona que proviene de esta ciudad, de este sector social, que posee tales o cuales inquietudes políticas, etc.?”. Mi respuesta sería: “quizás, pero hace falta algo más que contextualizar mi postura para refutarla”. Quien pretende descalificar un argumento basándose en el origen de su autor incurre en un razonamiento falaz: a veces argumenta ad hominem, a veces recurre a una simple falacia genética.

En fin, quería aportar algunos argumentos en esta dirección, para mostrar que la “impopularidad” de la ética de la memoria no mella su fuerza moral, en tanto no apelamos al fecundo terreno de las razones.

jueves, 12 de marzo de 2009

MEMORIA Y ESPACIO PÚBLICO


Gonzalo Gamio Gehri


El debate sobre la negativa del gobierno a aceptar una donación alemana para la construcción del Museo de la Memoria ha seguido su curso. El domingo último, el diario El Comercio publicó El Perú no necesita museos, un incisivo y lúcido artículo de Mario Vargas Llosa – escritor que no puede ser acusado de “afinidades izquierdistas” -, en el que denuncia la estrechez de miras y la dudosa calidad moral de posiciones como la del ministro de Defensa Ántero Flores Aráoz, para el cual un museo dedicado a la memoria de la violencia padecida durante el conflicto armado interno no constituye una prioridad para un Estado democrático. A juicio del célebre novelista, el silencio forzado frente a la historia de la tragedia vivida impide que las heridas cicatricen. Vargas Llosa sostiene que “los peruanos necesitamos un museo de la memoria para combatir esas actitudes intolerantes, ciegas y obtusas que desatan la violencia política. Para que lo ocurrido en los años ochenta y noventa no se vuelva a repetir”. En la otra orilla del espectro ideológico, el cardenal Cipriani señala que el gobierno alemán no puede imponernos una agenda, que el tema del Museo “no es cristiano” ni ‘ayudará a la reconciliación’, “Hay que serenar los ánimos”, afirma, “ver las cosas con un poquito más de proyección —la historia no es de los años 1980, 1990 o 2.000— y por lo tanto, la identidad de los que nos llamamos peruanos es algo sumamente sagrada como para que un grupo, una etapa, unos años, un partido o un país pretenda decirnos: el Perú es así”. Se trata, pues, de posiciones encontradas respecto de la pertinencia de un Museo de la Memoria en el país.

En un pasaje de su artículo, Vargas Llosa destaca la rigurosidad del Informe Final de la CVR – así como su compromiso con la verdad de lo acontecido en las dos últimas décadas en materia de Derechos Humanos -, en contra de los ataques de quienes lo consideran sesgado:

“…creo poder decir, con total objetividad, sin ser acusado de simpatías extremistas, después de haber pasado muchas horas leyendo los trabajos de la comisión, que hay en ellos un esfuerzo sostenido para desenterrar la verdad histórica entre el dédalo de documentos, testimonios, informes, declaraciones y manipulaciones contradictorios que debió cotejar. Sin duda que en esos nueve abultados volúmenes se han deslizados errores. Pero ni en sus considerandos ni en sus conclusiones hay la menor intención de parcialidad, sino, por el contrario, un afán honesto y casi obsesivo por mostrar con la mayor exactitud lo ocurrido, señalando de manera inequívoca que la primera y mayor responsabilidad de esa monstruosa carnicería la tuvieron los fanáticos senderistas y emerretistas convencidos de que asesinando a mansalva a todos sus opositores traerían al Perú el paraíso socialista”.

Efectivamente, en su conclusión Nº 13, el Informe Final sostiene que Sendero Luminoso es el principal perpetrador de violaciones a los Derechos Humanos y el causante directo del conflicto armado interno.

Considero saludable que se plantee un debate sobre el trabajo de la memoria y sus escenarios, aunque lamento que tenga lugar en circunstancias en las que el gobierno rechaza la donación de un país amigo que buscaba colaborar con la construcción de un lugar dedicado al recuerdo y la reflexión, e intenta “negociar” para asignarle al donativo un destino diferente. Lamento también que muchas de las críticas contra la CVR – empezando por las del propio Presidente de la República y buena parte de la “clase política” - no pasen por una lectura mínima del documento. Eso es grave, porque las críticas sólo apuntan a desinformar a la población, o a movilizarla hacia un punto de vista que, paradójicamente, juzga a ciegas. La verdad importa menos que el cálculo político o el efectismo de los cuestionamientos: se trata del viejo y perverso “miente, miente, que algo queda”. Se ataca el Informe, pero no se ofrece una investigación alternativa del período de violencia que combine rigurosamente datos, cifras e interpretaciones generales del conflicto armado interno. Los “censores” de la CVR critican con las manos vacías (o les basta con las precarias “versiones oficiales”).

Con todo, decía, me parece saludable que se plantee un debate serio sobre la recuperación de la memoria. Ojalá algún día se puedan contrastar relatos rivales sobre lo ocurrido en el país entre 1980 y 2000. Que puedan examinarse casos, y también puedan emitirse juicios razonables sobre nuestra responsabilidad frente al sufrimiento de tantos compatriotas. Eso es precisamente lo que pretendía lograr la CVR, invitar a la reconstrucción pública de la memoria. Por desgracia, ese día no ha llegado todavía. El problema fundamental es que la mayoría de los “críticos” de la CVR no pretenden ofrecer una interpretación alternativa, o cuestionar el texto a partir de una lectura directa que pueda traducirse en un argumento sólido: en realidad, ellos apuestan por el silencio, la amnesia, la amnistía (moral o legal). Por ello intentan vetar incluso los textos escolares que se ocupan de aquellos años, y procuran que el Estado rechace la donación alemana. Pretenden sustituir el museo por la nada.

La memoria necesita de espacios de confrontación de ideas, de reflexión y solidaridad por los que padecieron injustamente violencia y exclusión. En múltiples ocasiones – en el contexto de nuestras prácticas de la vida cotidiana - ejercitamos juntos la memoria. Recordamos en ciertas fechas las acciones de los héroes y los santos. Celebramos las fechas fundacionales de las relaciones y de las instituciones que amamos. La misa católica es también y cabalmente – entre otras cosas -, la memoria del sufrimiento de un hombre inocente. La memoria requiere de escenarios compartidos para el diálogo y la reflexión. No siempre es una tarea fácil, ni placentera. A veces nos demanda nadar contra la corriente. En particular, el trabajo cívico del recuerdo exige coraje, y la disposición a ponerse en el lugar de las víctimas, peruanos como nosotros.

El Museo de la Memoria podría convertirse en uno de estos espacios para una genuina anámnesis ética y para el discernimiento ciudadano. No obstante, el proyecto genera grandes resistencias, y también mucho miedo. Diríase que algunos temen la contundencia de las fotografías que componen la exposición Yuyanapaq; el inefable congresista Núñez ya ha intentado descalificarla, apelando a argumentos francamente ridículos, que revelan una falta de lucidez conmovedora. Por su parte, el ministro Flores Aráoz ha intentado responder a Vargas Llosa persistiendo en el mismo desafortunado argumento en torno al carácter ‘suntuario’ del Museo: “No me puedo poner colonia sino tengo ropa interior”, señaló a Correo, recurriendo a su acostumbrada elegancia y sutileza dialéctica. Para este político, el museo es un mero "adorno", en el mejor de los casos. No ha entendido el mensaje. En absoluto.

Para otros, la causa del Museo es minoritaria, ergo, su edificación es inoportuna. Argumentan que, si las mayorías no valoran el tema, acaso la construcción del Museo no tenga el valor que las “élites intelectuales” le atribuyen (De todos modos, no es evidente que “a la gente no le interese el Museo”; la última encuesta de la Universidad de Lima – difícilmente catalogada como “izquierdista caviar” – señala que el 74 % de las personas informadas sobre el Museo de la Memoria están de acuerdo con su construcción. Sólo el 25.1% está en contra). Como Daniel Salas, Susana y Jorge Frisancho han podido demostrar, no es difícil reconocer las fatales debilidades de este razonamiento; se trata de un asunto de lógica formal, pero que también atañe a la forma de la argumentación moral. Para los tenaces críticos de la "izquierda no gubernamental" que se concentran en lo que consideran son los supuestos "intereses del median voter", el valor ético de la construcción de un lugar para la recuperación de la memoria depende de la ‘popularidad’ de la iniciativa. Subordinan así las consideraciones éticas a los resultados de los sondeos de opinión.

En fin. Sin esta clase de diálogo, sin la confrontación de ideas y moderadas (pero inequívocas) pasiones, la memoria no puede forjarse como se debe. Sin su ejercicio, lo que quedaría intacta es la funesta “historia oficial”, y las “políticas de olvido” que ciertos sectores de la “clase dirigente” del país pretenden imponernos. Es precisamente a través del conflicto de interpretaciones que una historia más amplia podrá llegar a escribirse. Una historia fidedigna que no prescinda de las víctimas La Cantuta y Lucanamarca, una historia que no omita referencias explícitas a las fosas de Putis, los hornos de Los Cabitos y la salita del SIN. Una historia crítica que relate cómo los perpetradores fueron procesados legalmente y castigados. Una historia que nos cuente – finalmente - cómo las instituciones se reformaron al punto que los peruanos de toda condición, cultura y género pudieron reconocerse en ellas como sujetos libres e iguales.

viernes, 6 de marzo de 2009

UNA NOTA ACERCA DE LA RECONCILIACIÓN SOCIAL Y EL PERDÓN




Gonzalo Gamio Gehri


La categoría “reconciliación” es – qué duda cabe – una noción polémica e incómoda en los debates sobre Derechos Humanos y políticas transicionales. No sólo en el Perú, pero también en el Perú. En parte, esto se debe a que la palabra puede asumir una cierta connotación de impunidad. Nótese que cuando el gobierno del Presidente Toledo le añadió a la Comisión de la Verdad conformada por la administración Paniagua el rótulo “y de la Reconciliación” – además de cinco nuevos miembros -, los representantes del conservadurismo político local mostraron su satisfacción; esta medida parecía debilitar el mandato planteado inicialmente, que ponía énfasis en el esclarecimiento de los hechos y en la asignación de responsabilidades. Se pretendía identificar acríticamente el concepto de “reconciliación” con el de “perdón”.

Esta identificación fracasa por diversas razones que van más allá del anhelo de “borrón y cuenta nueva” en materia de Derechos Humanos (predicado por los “auténticos nihilistas”), pues tienen que ver con la “naturaleza” del perdón. Se trata de un acto gratuito que la víctima confiere al víctimario, a través del cual se pone fin a la presencia del resentimiento y del odio como elementos de la relación entre ambos. El perdón permite esbozar una mirada sobre la historia – biográfica o colectiva – del dolor que no esté contaminada por la violencia. Resulta importante considerar aquí tres cuestiones importantes: a) sólo la víctima puede perdonar, ningún otro sujeto – incluido el Estado – puede usurpar esa potestad, esa “gracia”; b) el trabajo del perdón no anula el ejercicio de la memoria y la acción de la justicia; c) el victimario debe reconocer – ante la víctima - su responsabilidad frente al mal producido, y percibir con cierta claridad los efectos dolorosos de su acción. El perdón no constituye una invitación al olvido o a la impunidad. A través de su ejercicio, el re-cuerdo preserva su dimensión moral (y política, si es el caso), pero deja de ser agobiante para la víctima, precisamente porque, entre otras cosas, supone a la vez punición y reparación. Incluso la doctrina católica dacerca de la reconciliación y el perdón de los pecados sostiene que la memoria y la justicia constituyen elementos fundamentales en el proceso de restitución de los vínculos humanos y la unión con lo divino: examen de conciencia, dolor de corazón, propósito de enmienda, satisfacción de la obra, confesión sincera y penitencia son los pasos que hay que seguir. No es difícil darse cuenta de la convergencia entre esta interpretación religiosa de la reconciliación y lo que las investigaciones en el área de justicia transicional señalan acerca de las condiciones de la reconciliación social. Es curioso que los 'críticos político-religiosos' de la CVR - como Rafael Rey o Martha Chávez - - no hayan reparado (¿o no hayan querido reparar?) en esa conexión espiritual entre memoria, justicia y reconciliación (presente en el Evangelio y en documentos como la exhortación de Juan Pablo II Reconciliatio et paenitentia y el estudio de la Comisión Teológica Internacional Memoria y reconciliación).

En el Perú, algunos interlocutores del debate público sobre Derechos Humanos omiten toda referencia a las tres condiciones que acaban de ser reseñadas. Suelen asociar erróneamente el perdón con la amnistía, la declaratoria estatal de la eliminación de la responsabilidad de quienes han sido condenados por la comisión de un delito. La instancia política – por lo general el poder legislativo – decide tratar a los criminales como inocentes, proclamando el olvido legal en torno al daño producido (no olvidar la raíz griega del término, amnestía, olvido). Esta clase de suspensión de la justicia (y de distorsión de la historia, pues en casos de violaciones de Derechos Humanos va de la mano de la configuración de una “historia oficial”) suele ser ejecutada en nombre de una idea - evidentemente falsa - de “reconciliación nacional”. Recuérdese el caso de la tristemente célebre ley de amnistía bajo el fujimorato, y los intentos fallidos del congresista Edgar Núñez de aprobar una amnistía para los efectivos militares procesados y condenados por crímenes de lesa humanidad, en el año 2008. En todos estos casos, se trataba de imponer "políticas" de impunidad.
No fue (ni es) casual que muchos objetores de la CVR y su Informe sostengan falazmente que su investigación “no ha reconciliado” a los peruanos. En primer lugar, basan esta precaria tesis en una concepción de “reconciliación” que o es ingenua (diríase casi ‘matrimonial’) o que clama explícitamente por la imposición de “políticas de impunidad”. Hay que señalar, además, que la reconciliación social y política planteada por los proyectos de justicia transicional constituye un proceso histórico de largo aliento, que supone el trabajo de la memoria, la judicialización de los delitos, reparaciones a las víctimas, la implementación de reformas institucionales. Se trata de un reto que convoca tanto al Estado como a la sociedad civil, e invoca la responsabilidad del ciudadano frente a sus comunidades. La publicación del Informe Final es sólo un momento inicial en ese largo y significativo proceso.

lunes, 2 de marzo de 2009

MUSEO DE LA MEMORIA: CUESTIONES DE PRINCIPIO


Gonzalo Gamio Gehri


Ayer fue publicado finalmente el Comunicado sobre rechazo de apoyo alemán a la construcción y mantenimiento del Museo de la Memoria. Lo suscriben intelectuales de la talla de Mario Vargas Llosa, Gustavo Gutiérrez, Salomón Lerner Febres, Alonso Cueto, Miguel Giusti, entre otros, así como un número elevado de ciudadanos que consideran que el gobierno aprista comete un profundo error moral y político al pretender impedir que se construya un Museo que permita a los peruanos reflexionar sobre el dolor y la injusticia provocados por la insania terrorista y la represión estatal, así como la indiferencia practicada por una – autodenominada - “clase dirigente” que pudo hacer más por conjurar la violencia que se desató a lo largo de dos décadas. Llama la atención, además, de una población urbana que no se comprometió decididamente con la defensa de los derechos de los más débiles.

Son cuestiones de principio las que llevan a los firmantes del comunicado a rechazar la medida del gobierno aprista y a apoyar la edificación de un Museo de la Memoria para el Perú. El trabajo de la memoria constituye el punto de partida de cualquier forma efectiva de justicia y de reconciliación. Reconocer la gravedad de las heridas infligidas a una sociedad – en este caso, autoinfligidas en más de un sentido – permite reconocer qué tipo de terapia requiere el cuerpo (social y político) dañado para lograr la curación anhelada. Los críticos más conservadores – en los ámbitos político y religioso – sostenían que el esclarecimiento de lo sucedido sólo podría contribuir a “reabrir viejas heridas”, y a provocar nuevos conflictos. Cómo no, quienes lideraban este coro perverso eran los fujimoristas, los amigos de la amnistía, los que predicaban desde la arena ‘política’ y desde los medios montesinistas (como auténticos “nihilistas”) una “amnesia general”. No se ponían en el lugar de las víctimas, quienes han señalado – en reiteradas ocasiones – que sus heridas permanecerán abiertas mientras la historia de la lesión de sus derechos no sea conocida por sus compatriotas y reconocida por las instituciones, de modo que pueda castigarse a los perpetradores y tomar las medidas que impidan que situaciones como éstas puedan repetirse en el futuro. No sólo la catarsis, también es necesaria la justicia.

Esta situación ha revelado el profundo temor a la memoria que padece el actual gobierno. Teme incluso que la exposición Yuyanapaq – que se expone actualmente en el Museo de la Nación – tenga un lugar de exhibición permanente. En parte, ello se explica por la delicada situación del primer gobierno aprista en materia de Derechos Humanos: después de todo – como se ha dicho – las fotos muestran hechos fehacientes, no especulaciones. También es cierto que la negativa del gobierno frente a la oferta de donación alemana se enmarca dentro del esquema de alianzas y proximidades con los llamados “poderes fácticos” y con el fujimorismo parlamentario. De todos modos, rechazar una donación de un país amigo para estos fines deja al gobierno muy mal parado, pues revela a nuestras autoridades como pacientes de una forma perversa de subdesarrollo moral en un mundo en el que la defensa de los Derechos Humanos constituye un signo de civilización y decencia. Sin lugar a dudas, la posición que mayor desconcierto ha suscitado es la del Premier Simon; la conducta de García y de los Vicepresidentes a este respecto era bastante previsible. Él, que ha sido – en sus propias palabras – víctima primero de una ideología radical, y luego víctima de los abusos de las políticas oficiales, ha respaldado la inadmisible opción de negociar el destino de la donación, cuando se sabía del interés incondicional del Estado alemán en la construcción del Museo de la Memoria. Deja la impresión de que sus esfuerzos y contradicciones tienen el propósito de afianzar un acuerdo con el APRA para una candidatura conjunta el 2011. Qué triste ver a un político honesto claudicar en un asunto de principios en nombre de un precario y prematuro cálculo electoral.
El Presidente de la República ha intentado hoy justificar su extraña medida. Ha sostenido lo siguiente: “Nadie debe adueñarse de la memoria, si es lo que los alemanes dicen constitúyase una comisión mucho más amplia, con participación de todos los que se sienten víctimas de violencia, no solamente los que dicen que los juzgaron mal como terroristas sino también los campesinos que fueron victimados por los terroristas o en abusos terribles que hubo por parte de los gobiernos sin querer, evidentemente, pero también los alcaldes fusilados, aniquilados, y los soldados y oficiales que murieron, sumemos todas esas perspectivas para tener una memoria nacional”. Como Jacqueline Fowks ha sostenido, el líder aprista actúa como un mentiroso o como un ignorante guiado por sus prejuicios. O Alan García no ha leído el Informe Final de la CVR – por ejemplo, siquiera las conclusiones 13, 53, 55 –, y tampoco ha visitado Yuyanapaq, o está dispuesto a alimentar maliciosamente el prejuicio contra quienes defienden hoy la causa de los Derechos Humanos en el Perú. Lo realmente curioso es que – al rechazar la donación alemana – es precisamente él quien pretende “adueñarse de la memoria”, impidiendo que el ciudadano pueda conocer los hechos y formarse un juicio al respecto. Qué fácil para él es decir lo primero que se le viene a la mente. Cada vez su punto de vista converge más con el funesto La Razón. Si de actitudes se tratara, todo parece indicar que Simon no será el candidato de Alan García, sino Keiko Fujimori, dada la sintonía existente entre el líder aprista y el fujimorismo dinástico. No sorprende del todo, porque ambos piensan lo mismo acerca de las víctimas del conflicto armado.