domingo, 29 de julio de 2007

LAMENTABLES (Y ABSOLUTAMENTE PREVISIBLES) AUSENCIAS





Gonzalo Gamio Gehri



El discurso presidencial de García tocó los temas que la mayoría de los peruanos podríamos esperar. Las “cifras del crecimiento”, y algunos pronósticos para el 2011 que bien podrían expresar los buenos deseos del mandatario y su entorno, y poco más que eso. Pidió disculpas a los maestros que había insultado días atrás – con la premisa: “si los he ofendido”, que debilita la solicitud de perdón, hay que decirlo -. Ha señalado también que el gobierno ha tenido que afrontar “deficiencias de gestión” que han impedido que las medidas sociales sean implementadas. No obstante, no ha señalado con claridad que esas deficiencias se deben en parte a las ya célebres “medidas de austeridad” que rebajaron los sueldos de los funcionarios públicos, y que alejaron del aparato del Estado a los mejores técnicos (reportando un mínimo ahorro frente a la pérdida real de un manejo eficaz de la función pública; sabido es que el APRA hoy carece de cuadros técnicos e intelectuales). Ese es el precio del populismo.

El discurso ha contado con notorias ausencias, en realidad bastante predecibles. Ni una palabra sobre el sistema anticorrupción. Después de manifestar un prácticamente nulo interés por la extradición de Fujimori – se mantuvo ‘neutral’ frente a un proceso en el que el Estado es parte interesada, jamás intentó recusar al juez Álvarez, a pesar de qué había votado en repetidos casos a favor de la impunidad de Pinochet -; antes bien, una vez terminado el discurso, se despidió cariñosamente de Keiko y Santiago Fujimori. Ninguna alusión a las políticas de reconciliación y Derechos Humanos. La CVR constituye prácticamente un tema vetado para el gobierno (nada sorprendente, si tomamos en cuenta la posición del Primer Vicepresidente, el Ministro de la Producción y buena parte del oficialismo) ¿Son los Derechos Humanos y la ética pública importantes para el gobierno aproista? El APRA defendió en la campaña la tesis de que su candidatura encarnaba el respeto por la legalidad y los principios democráticos. Sin embargo, el Decreto inconstitucional que promueve la impunidad de los agentes del Estado que hagan uso de las armas en huelgas y manifestaciones de protesta transmite exactamente el mensaje contrario.

Se ha dicho acertadamente que la política de García – tanto en este gobierno, como en el anterior – Ha consistido en una alianza con los ‘poderes fácticos’ (el ejército, las facciones conservadoras de la Iglesia Católica, los empresarios) –, además de apelar a los sectores más oscurantistas de la “clase política”. Lo he dicho ya una vez: quienes crecimos con García en el poder estamos convencidos de que no es él (ni son los suyos) quien puede realmente promover la justicia y la democracia en el país.
P-D.: En las últimas semanas, fuentes cercanas al gobierno - e incluso programas periodísticos como La ventana indiscreta - han insistido en la tesis de que resulta inconcebible que Unidad Nacional y los nacionalistas se unan para configurar una candidatura para la Presidencia del Congreso. Yo me pregunto ¿Qué resulta más grotesco - desde un punto de vista democrático - un acuerdo entre UN y el PNP, o una alianza entre el oficialismo y los fujimoristas, que avalaron los crímenes de su líder y los de su cúpula?

martes, 24 de julio de 2007

LA POLÍTICA GUBERNAMENTAL DE LA "MANO DURA"


LA INSENSIBILIDAD CONSTITUCIONAL DEL GOBIERNO DEL APRA

Gonzalo Gamio Gehri


A veces los ciudadanos tendemos a pensar - erróneamente - que se viola gravemente el Estado de Derecho únicamente en situaciones penosas en las que un general de división "inspirado" o el autócrata civil de turno perpetran un golpe de Estado (sea este militar o cívico-militar, da igual), pero tendemos a ver con mayor condescendencia aquellas circunstancias más pequeñas en las que desde el poder se vulnera la Constitución silenciosamente, o aparentando respetar ciertos procedimientos, pretextando un severo celo por la "seguridad nacional". Es el caso de la nueva norma - dictada por el Ejecutivo - que prohibe la participación de funcionarios del Estado con cargo político o de confianza participar en Huelgas o Marchas de protesta social.

La norma es inconstitucional por razones de forma y de contenido. Desde el punto de vista de la forma, dado que el decreto excede notoriamente las prerrogativas legislativas que le había concedido el Congreso de la República al Poder Ejecutivo (conducentes a la promulgación de leyes vinculadas al combate del crimen organizado). Además, la norma señala que se castigará con pena privativa de libertad y con inhabilitación en la función pública a aquellos presidentes regionales, alcaldes, congresistas, etc., que participen en Huelgas y marchas de protesta; es claro que el verbo "participar" es demasiado amplio e indeterminado para efectos de un decreto que tiene consecuencias penales para la conducta de un funcionario del Estado. No es difícil reconocer que con esta imprecisión el gobierno podría desplegar una serie de actos represivos y cometer auténticos abusos sin encoontrar resistencia legal alguna.


En el nivel del contenido, esta claro que esta norma vulnera y reconrta los derechos básicos de la persona: a la opinión y a la expresión del pensamiento, a la reunión, entre otras. Es natural que congresoistas de oposición acompañen a líderes sindicales y trabajadores en movilizaciones y huelgas. Cuando estas movilizaciones se realizan de manera pacífica y conforme a lo que establece la ley, entonces se está ejerciendo un derecho humano fundamental que no debe ser conculcado por 'razones de Estado'. Amenazar a las autoridades con la inhabilitación - con la revocatoria del mandato popular expresado en una elección - no tiene otro objetivo que amordazar a los políticos opositores que hoy ejercen la función pública. Como bien ha señalado Carlos Rivera hoy en La República, un decreto como éste tiene como resultado la criminalización de las protestas sociales. Una norma como la planteada tendría que ser observada por el Tribunal Constitucional (a menos que se trate - claro está) de ese TC soñado por Mantilla, López Meneses y otros "diabéticos"). Esta clase de medidas muestran una vez más la escasa sensibilidad democrática de nuestro gobierno.




P.D. : Nuevemante gracias, Carlín, por la caricatura.

EN TORNO AL MITO DEL "RELATIVISMO"



La cuestión del relativismo se ha convertido en un lugar común para la crítica de la cultura contemporánea, particularmente en el rechazo de la filosofía antimetafísica. El conservadurismo político, y también el teológico, han apelado al rótulo de "relativismo" para descalificar todo intento de 'liberación del esencialismo', tanto en las canteras de la fenomenología como en las del pragmatismo. Se trata de una etiqueta que se comienza a usar ya en la discusión pública. Como se trata de una categoría filosófica - que se remite a la discusión entre Sócrates y la sofística - creo que los filósofos tenemos algo que decir al respecto, para aclarar malos entendidos y desenmascarar recursos meramente ideológicos. Según mi punto de vista, el relativista es casi una figura espectral, que no podemos encontrar en ninguna escuela filosófica definida (¿Es que realmente alguien puede llegar a creer que una posición ética o epistemológica considera seriamente que "todo vale lo mismo"? Esa caricatura sólo existe en los manuales de ciertas instituciones "educativas" que no permiten a sus estudiantes el ejercicio de la crítica, así como la lectura directa de los autores). Se trata de una etiqueta hecha a imagen y semejanza de la crítica esencialista, una caricatura diseñada para invalidar a priori cualquier intento académico no metafísico conducente a justificar una ética.


Lo que sigue es un breve pasaje de un artículo mío - "Otro fantasma recorre Europa. La cuestión del "relativismo" y los peligros del fundamentalismo" - publicado en mi libro Racionalidad y conflicto ético. Ensayos sobre filosofía práctica (2007), en donde aclaro mi punto sobre esta cuestión. El planteamiento completo del problema, la cuestión de una verdad no esencializada (así como las decisivas cuestiones políticas sobre la 'perspectivao antimetafísica' frente al "pensamiento único"), podrán encontrarlo en el ensayo completo, en su versión impresa.




EL “RELATIVISMO” EN CUESTIÓN. UNA (MUY BREVE) VISITA A PROTÁGORAS.



Gonzalo Gamio Gehri



Hemos señalado que el tema del relativismo es una genuina cuestión filosófica, pero ¿A qué nos referimos realmente cuando utilizamos esta expresión, o pretendemos identificar este punto de vista? Intentaré dar una respuesta sencilla a esta importante pregunta, concentrándome esta vez en el “relativismo individual” – que es precisamente al que alude la homilía – dejando para otra oportunidad el “relativismo cultural” o “culturalismo”[1].

Puede decirse que quien suscribe el relativismo asume dos tesis claramente reconocibles:

a.- No existe forma alguna de parámetro moral que trascienda las percepciones y las elecciones del individuo. Los valores que le otorgan significado a la vida son fruto exclusivo del arbitrio individual.

b.- Nadie ‘tiene derecho’ a juzgar los valores de los demás o a intervenir en sus planes de vida sin el consentimiento de los involucrados.

Nótese que la formulación de estas proposiciones evita asumir la forma – extremadamente burda y simplificadora – de la escueta afirmación de que “los valores son relativos al individuo” que suele concluir en un lacónico “todo vale”. Por lo general, esta posición suele revelarse incoherente y autocontradictoria: suele sostenerse que la aseveración “los valores son relativos al individuo” entraña un juicio que pretende pragmáticamente universalidad, o que incluso aspira a dar cuenta de la (pretendida) “esencia” de los valores; por lo tanto, se trata de un argumento que incurre en una contradicción performativa. Esta suele ser la refutación más veloz del relativismo: en dos líneas lo tenemos ya fuera de combate, de rodillas, pidiendo misericordia. Si este raudo trabajo crítico es realmente eficaz, entonces quizá deberíamos olvidarnos ya del asunto y ocuparnos de tareas más relevantes para el pensamiento y la acción. No puedo evitar pensar que, si se trata de una perspectiva ética tan absurda ¿A qué viene esa recurrente obsesión con el relativismo en los textos, en las aulas y en el púlpito?

De todos modos, no resulta difícil constatar que sobre las dos tesis relativistas que acabo de reseñar también se cierne la sombra de la inconsistencia. Es evidente que b pretende algo más que ser un principio fundado en el arbitrio subjetivo. Expresa más bien – aunque formulado de manera negativa – el imperativo del respeto debido hacia la libertad de cada cual en materia de la propia concepción y vivencia de la vida buena[2]. En este sentido, b constituye un parámetro moral que aspira a regular la convivencia social, por lo que ha devenido en una de las columnas del sistema legal liberal. De manera que b contradice a a: no podemos asumir – al menos formulándolas de este modo – ambas proposiciones sobre la moral.

¿Es esta una caricaturización grosera del relativismo o es el “relativismo” en sí mismo una caricatura de un enfoque más complejo, una etiqueta hecha a la medida de nuestros ataques conceptuales? Creo que esta es la cuestión medular aquí. Si se trata de una posición tan endeble, resulta poco creíble que alguien pueda suscribirla explícitamente. Si se sostiene que padecemos su “imperio cultural”, tenemos que suponer que constituye una doctrina, un modo de pensar y de creer que incluso ha logrado encarnarse socialmente. Sin embargo, cuando revisamos la historia de la filosofía y de la ética (a la luz de sus propios textos, no desde los manuales de “recta enseñanza” que crean una serie de malentendidos y lecturas arbitrarias y grotescas), no encontramos autores que claramente hayan defendido los argumentos arriba señalados, u otros semejantes.

Es el caso de Protágoras de Abdera, el sofista que ha sido identificado con mayor frecuencia como un relativista[3]. A él se le atribuye la célebre tesis de la homo mensura, según la cual “el hombre es la medida de todas las cosas”[4]. A menudo este argumento ha sido ridiculizado por pretender de modo sumario “que no es posible la contradicción”[5], según veremos en breve. De acuerdo con la tradición, y con las fuentes que disponemos, esta tesis puede ser interpretada de dos modos diferentes, que dependen de los dos sentidos posibles de la expresión “el hombre” al interior de la proposición protagórica.

En efecto, si tomamos “el hombre” en el sentido de su ‘ser genérico’ – esto es, de la especie humana – tenemos que entender la declaración de Protágoras en términos de que lo que constituye la medida de todas las cosas es “lo humano”. De acuerdo con esta interpretación, sólo podemos comprender en profundidad lo que el hombre produce o lo involucra frontalmente como actor o hablante: en esta línea posible de reflexión, los grandes misterios de lo divino o los secretos de la estructura más profunda de la realidad nos son desconocidos, y constituyen un misterio para nosotros. Este misterio puede provocar conmoción y recogimiento, incluso religiosos, pero no un saber, reservado propiamente al ámbito de los asuntos humanos (cultura, ética, política). Esta perspectiva resulta perfectamente consistente con los desarrollos de la filosofía contemporánea, fundamentalmente la hermenéutica y el pragmatismo, que afirman el carácter encarnado de toda comprensión, tanto desde la perspectiva de la somaticidad como en el de la intersubjetividad histórico – social y lingüística. De este modo, los sentidos que atribuimos a las cosas descansan en una interpretación (finita y revisable) de las mismas; La objetividad misma es puesta en cuestión. En los trabajos de Diógenes Laercio y Eusebio encontramos fragmentos filosóficos atribuidos a Protágoras que abonan esta hipótesis, decididamente antimetafísica.


“Respecto a los dioses, no puedo saber si existen o no existen ni
cual puede ser su forma, pues muchos son los impedimentos para saberlo, la
oscuridad del problema y la brevedad de la vida del hombre”
[6].



La otra opción consiste en interpretar “el hombre” como “el individuo”. Esta es la versión más famosa de la homo mensura, que encontramos en la obra de Platón y Aristóteles, a la sazón enconados enemigos de los sofistas. Según esta posición, no existe ningún asidero teórico para juzgar estados de cosas o formas de pensar y vivir que no sea el ‘parecer’ de cada uno. Esta versión del argumento resiste a su vez dos enfoques. i.- Una lectura posible de esta tesis lleva a considerar al sofista como alguien que identifica el ser con el parecer, de manera que una misma cosa podría ser al mismo tiempo ella misma y su contraria: esta fue la interpretación de Aristóteles en el Libro IV de la Metafísica – que sindicaba el argumento protagórico como negador del principio de no contradicción, lectura que entendidos en la materia - como W.K.C. Guthrie[7] - entienden como sesgada y simplificadora, pues atribuyen a Protágoras la suscripción de una especie de realismo residual, nítidamente inconsistente con el pensamiento del orador de Abdera. ii.- Una interpretación más plausible de la individualidad como “medida” es de tipo perspectivista. Desde ella, Protágoras asume una clara posición que podríamos caracterizar como escéptica, al señalar que no podemos afirmar cómo las cosas son al margen de nuestra percepción acerca de ellas - ¿Desde qué criterio ‘objetivo’ y ‘absoluto’ podríamos verificar la presunta “concordancia” entre nuestra representación de las cosas y las cosas mismas? -; no podemos, en ese sentido, acceder a la verdad de aquellos estados y prácticas. Nuestra comprensión de la realidad está ineludiblemente influida por el horizonte desde el cual percibimos o enunciamos los atributos de nuestros objetos intencionales. Un informe “objetivo” de la realidad que se nos re-vela sólo podría diseñarlo aquel ente que pudiese situarse, sin asomo alguno de diferencia temporal, en todas las perspectivas posibles en las que pueda ser contemplada o examinada la cosa. El punto de vista de un dios, no el de un agente finito.

No obstante, el afirmar el carácter finito de nuestras aproximaciones no nos lleva a una posición que se declara incapaz de hacer distinciones morales, de modo que “todo valga”. Si bien aquí se proclama al hombre como incapaz de acceder a un criterio de verdad que nos permita captar aquello que es inherente a las cosas, sí contamos con ciertas pautas – de naturaleza eminentemente práctica – que nos permiten reconocer la ‘superioridad’ de determinadas creencias sobre otras; dispondríamos así de una “prueba pragmática” como base del discernimiento ético[8]. Resulta claro, por ejemplo, que la percepción del hombre sano frente al sabor de los alimentos es ‘mejor’ (en términos de plausibilidad) que la del hombre enfermo[9]. Asumimos que la enfermedad trastorna nuestro gusto.

Consideremos a dos sujetos que, en nuestro tiempo, tienen una discusión sobre la existencia de los derechos humanos, y su pertinencia en el mundo de la política y las relaciones sociales. “X” sostiene que todos los hombres son titulares de Derechos Universales inalienables y no negociables, en contraste con “Y”, que rechaza tajantemente la existencia de tales derechos (quizá para él políticamente inconvenientes, presentes sólo en la mente de los activistas de ciertas ONG). Si viviese entre nosotros, Protágoras precisaría que no nos sería posible penetrar en una supuesta ‘naturaleza humana inmutable’ desde la que pudiésemos reconocer inmunidades y derechos de esta clase; sobre ella probablemente habría que hacer una suerte de saludable epoché. No obstante, sí estaríamos en capacidad de señalar – sin reservas – en qué medida “X” suscribe una posición claramente ‘superior’ al punto de vista esbozado por “Y”. El sofista nos pide que fijemos nuestra atención en los “mundos sociales posibles” que pudiesen tomar forma hipotética – a partir del trabajo de la reflexión y la imaginación – desde el horizonte de las perspectivas en disputa. Si el punto de vista de “Y” pudiese encarnarse en la vida pública, los miembros de esa sociedad podrían verse expuestos (en determinadas circunstancias) a la violencia, la autocracia y la impunidad de los perpetradores de crímenes contra la vida de las personas. En contraste, la opinión de “X” podría contribuir a la construcción de una comunidad política en la que sus miembros podrían verse protegidos contra la crueldad y el despotismo. Resulta sencillo reconocer – por sus posibles efectos ético – sociales – la mayor plausibilidad de determinadas perspectivas morales. Esta “prueba pragmática” nos brinda pistas de carácter dialógico para las situaciones de conflicto práctico. Se trata de una estrategia argumentativa interesante, incluso ante los ojos de la filosofía del presente.

A la luz de estas consideraciones, resulta evidente que ni siquiera Protágoras es un relativista, de acuerdo con el esquema esbozado al inicio de nuestro ensayo: no es de los que sin más se dejan “zarandear por cualquier viento de doctrina”. Pero si al autor de la homo mensura no le corresponde esta etiqueta ¿Dónde está el relativista? Es preciso que no descartemos la hipótesis señalada al inicio de este artículo, a saber, que la apelación al relativismo posea en principio una función eminentemente retórica, conducente a la descalificación intelectual de quienes no comparten ciertos puntos de vista metafísico – morales de corte objetivista (o esencialista). Es esta una conjetura bastante razonable, por lo que acabamos de ver (una intuición que podría confirmarse descartando el ‘relativismo’ de otros importantes pensadores antimetafísicos en el vasto terreno de la historia de la filosofía). Acaso el relativista sea una figura fantasmal - presuntamente atemorizante, pero evidentemente vulnerable -, un adversario ficticio de nuestros esquemas teóricos tradicionales, un rival etéreo que rechaza el hallazgo de una ‘verdad moral’ firme y segura, ahistórica, inmutable, indiscutible y definitiva.


[1] Me he ocupado del problema del “relativismo cultural” - en contraste con el contextualismo de Charles Taylor - en: Gamio, Gonzalo “La comprensión como práctica social. El concepto de regla, Charles Taylor y la hermenéutica de las ciencias sociales” en: Villar, Alicia y Miguel Garcìa – Barò (Editores) Pensar la solidaridad Madrid, Universidad Pontificia Comillas 2004 pp.441 – 464.
[2] Consúltese al respecto Williams, Bernard Introducción a la ética op.cit, capítulo 3.
[3] Voy a defender la hipótesis – discutible, claro está - de que Protágoras es probablemente un exponente de una tradición que conduce al escepticismo pirrónico (a pesar de que Sexto Empírico discrepa abiertamente con esta lectura (pues lee a Protágoras únicamente desde la crítica platónica).
[4] Sobre esta tesis protagónica, véase por ejemplo Platón, Teeteto 166 -7, así como Eutidemo , 286; Aristóteles, Metafísica XI, 6, 1062.
[5] Platón, Eutidemo , 286, y también Aristóteles, Metafísica IV, 1007 b 20 y ss.
[6] Fragmento 4 en Diógenes Laercio, IX, 51 y en Eusebio, Prop. Ev., XIV, 3, 7 (Las cursivas son mías).
[7] Guthrie, W.K.C. Historia de la filosofía griega Madid, Gredos tomo III pp. 183 – 91.
[8] Ibid., así como el pasaje del Teeteto platónico antes citado.
[9] Revísese Platón, Teeteto 166 d - e.

sábado, 21 de julio de 2007

ESTADO, SOCIEDAD CIVIL Y CENSURA


Gonzalo Gamio Gehri


Uno de los conceptos políticos que resultan más irritantes para el partido aprista – y aparentemente, también para quienes se han comprometido con el llamado ‘Frente Social’ que lo secunda – es el de la “sociedad civil” como instancia vigilante frente al gobierno y la administración del poder. Sectores afines al gobierno actual suelen malinterpretarla, cuando no vapulearla en el discurso y en la acción. La búsqueda de mecanismos legales para controlar desde las instancias gubernamentales a las ONG constituye un signo de la actitud de sospecha que el oficialismo pone de manifiesto frente a las instituciones de la sociedad civil. En un artículo publicado en La República el último 10 de julio – El INC y el arte de atarantar -, Hugo Neira vuelve a ocuparse del tema[1], en el contexto en que procura aclarar sus posición frente el “caso Quijano”. Como se recordará, su opinión (abiertamente favorable al INC y al gobierno) motivó las duras críticas de Jorge Bruce, Chachi Sanseviero y otros, publicadas también en medios periodísticos. Neira ha insistido en que el INC no censuró la muestra de Piero Quijano, que solamente le hicieron saber al artista que el Museo Mariátegui no constituye el lugar apropiado para presentar dibujos que pueden cuestionar la actuación de las Fuerzas Armadas en los años de la violencia en el Perú. El presidente García no habría hecho sino respaldar esa decisión. Como se permite que la muestra sea expuesta en lugares privados, no hay censura. Con este sencillo argumento, Neira sale en defensa de Bákula.

Pero Neira va más allá de lo que considera una anécdota. Sostiene que este debate evidencia que “confundimos gobierno con Estado” e incluso llega a preguntarse – retóricamente, por supuesto – si sabemos que existe al Estado. Se plantea cuestiones que no vienen al caso como “¿Quién decidirá que solamente vayan cinco mil personas por día a visitar Macchu Picchu? Las autoridades, el Estado”, para concluir que el Estado es quien decide qué expresiones del pensamiento o del arte se exhiben en auditorios públicos, y cuáles no. “¿Tiene una dependencia estatal la libertad de decir no? No que en el país, en su espacio”, señala. Se permite finalmente hacer una disquisición sumaria sobre el Leviatán de Hobbes, aquí en el Perú, “donde muchos no quieren ni reglamento ni ley”.

Debo decir que he aprendido mucho de El mal peruano y de La Tercera mitad, estupendos libros, así como he estudiado con sumo interés otros trabajos de Neira. Por eso mismo no entiendo el tono palaciego y la actitud condescendiente de sus últimos artículos. Simplemente no puedo compartir su posición en este tema, pues me parece inconsistente e inaceptablemente indulgente frente a las actitudes intolerantes y represivas de las autoridades del gobierno. Quien confunde Estado con gobierno es precisamente Neira - incluso confunde Estado con propiedad privada - cuando consiente en que funcionarios del INC exijan el retiro de dibujos que no son del agrado del ministro de defensa, del presidente (o de quien fuere). ¿Qué si el Estado puede decir no? Es obvio que Neira no se hace las preguntas esenciales en esta materia: ¿”no” a qué? ¿Bajo qué criterio? El Estado es de todos – somos todos – y no únicamente de quienes detentan el poder o ejercen eventualmente la función pública. Censurar no significa exclusivamente ‘prohibir la difusión de determinadas ideas en todo el territorio nacional’, como sugiere Neira; censurar es vetar u obstaculizar - desde una posición de poder – la libre transmisión o el intercambio de tales ideas. Neira no quiere admitir lo evidente: ¿Quiénes vulneran la ley – o “no quieren ni reglamento ni ley” –, quienes rechazan el veto, o quienes conculcan desde el poder político la libertad de expresión de un artista que interpreta una situación histórica concreta? ¿Quién atenta contra los principios democráticos y los Derechos Humanos?

Pero para Neira la cosa es precisamente al revés. Según su posición, este enjambre de voces críticas y fiscalizadoras es la prueba de que “aquí se quiere la dictadura de la sociedad civil”. Con estos cuestionamientos, sus miembros pretenderían – sigo reseñándolo - “atarantar” a las autoridades y a la población. Enseguida detona el manido y escuálido argumento de rutina: “¿En nombre de qué legitimidad? Porque los delegados de tal entidad se autonombran”. Tengo que pensar que Neira apela a esta tesis movido por la simpatía que profesa por las autoridades a las que defiende; de lo contrario, tendría que considerar que no tiene presente una de las categorías centrales del liberalismo cívico-humanista (hipótesis negada, puesto que Neira conoce a Tocqueville y a sus seguidores contemporáneos muy bien). En la lógica de las instituciones de la sociedad civil – espacios ciudadanos de deliberación y formación de opinión – no rige la representación, sino más bien la participación directa de las personas. La lógica de la representación corresponde a las autoridades estatales elegidas, y a los dirigentes de los partidos políticos. No podemos confundir una cosa con la otra. Cuando las organizaciones de la sociedad civil cuestionan el control ilegal de los espacios públicos, o denuncian inaceptables recortes a la libertad de opinión o de expresión, ellas simplemente cumplen con su función al interior de una comunidad democrática. Entonces ¿Quién es el que finalmente pretende atarantarnos?


[1] Una primera aproximación de Neira frente este tema – en las páginas de La República – pueden encontrarla en Neira, Hugo “ONG. Una cuestión previa” en La República 14 de noviembre de 2006 p. 17.

jueves, 19 de julio de 2007

¿REALMENTE ESTAMOS “FUERA DE LA HISTORIA”?



Gonzalo Gamio Gehri


Conocemos el amargo y etnocéntrico juicio que Hegel hace sobre América en sus Lecciones sobre Filosofía de la Historia Universal según el cual los habitantes de este continente constituyen pueblos sin historia. Hay que decir a favor de Hegel que esta obra no fue publicada en vida ni bajo su supervisión, y que solamente es fruto de los apuntes de clase de sus discípulos. Allí este autor señala que América “está aun en trance de formar sus momentos elementales” y que ella está fuera del horizonte en el que “se ha desarrollado la historia universal”[1].

¿Cuál es este horizonte? En términos de Hegel, el de las realizaciones sociopolíticas de la libertad, la capacidad del individuo de autodeterminarse, de comprender y elegir conscientemente las condiciones del mundo y de una vida racional. Edificar un sistema de leyes e instituciones observante de ese principio. La cultura de los Derechos Universales y del Estado constitucional son expresiones de esa racionalidad, “el ser-ahí (Dasein) de la voluntad”. Cuenta la historia que cuando Haya de la Torre se topó con la frase hegeliana, su lectura le impactó profundamente. Se dice que se trazó el propósito de contribuir a reconducir la conciencia política americana hacia el “curso de la historia”.

Mi relato requiere dos aclaraciones. La primera, señalar que soy perfectamente consciente de que - por razones filosóficas e históricas que nutren el pensamiento contemporáneo – no tiene sentido concebir un necesario hilo conductor de la historia: ni dialéctico, ni escatológico, ni de ninguna otra clase. Sin embargo, resulta difícil no admitir que el incremento de la libertad y de la simetría en las relaciones humanas constituye signos de progreso social y político, signos que son resultado del esfuerzo de los seres humanos. Tampoco quiero decir que existan las sociedades que hayan consumando este progreso ético-político (en Europa o en algún otro lugar): nada de eso, la libertad siempre está en proceso. La segunda aclaración tiene que ver con Haya y su desconcierto frente a la aseveración de las Lecciones: no creo – en absoluto - que Haya sea el más lúcido intérprete de la realidad latinoamericana, o peruana (Mariátegui y Basadre me parecen, con diferencia, espíritus más agudos y sutiles). No obstante, estoy convencido que observaría con espanto el modo como sus hijos ideológicos conducen el Estado que alguna vez él intentó gobernar. Los sucesos de esta semana que pasó avergonzarían sin duda al joven Haya (respecto del viejo Haya tendría mis dudas). Digo todo esto con rabia, porque lo que hemos vivido en los últimos ocho días constituye la expresión de una suerte de culto a la impunidad, a la violencia y a la ausencia de civilización.

Lo sucedido en Chile con el caso Fujimori acaso llevaría a Hegel a confirmar su lamentable juicio etnocéntrico sobre nuestro continente. Un ex dictador, que huyó a Japón y abandonó el cargo cuando se revelaron ante la opinión pública los delitos de corrupción y lesa humanidad de su gobierno, se ve librado – en primera instancia, es cierto – de ser extraditado para que la justicia de su país (¿Será su país?) lo procese. Es cierto también que el juez chileno es conocido por sus fallos complacientes para con Pinochet y su mafia. De todas formas, parece evidente que, de acuerdo con el juicio de muchos connotados juristas – Álvarez no parece haberse tomado el trabajo de darle una mirada a los cuadernillos de extradición ¡Decir que la Ley de Amnistía fue aprobada por un congreso independiente, o que Fujimori no conocía las acciones criminales del Grupo Colina, que él premió y ascendió! No es difícil darse cuenta que aquí han jugado juntos la derecha chilena (que tiene cierta proximidad con el Poder Judicial), el gobierno japonés (que está ratificando un TLC con Chile), y el oscuro gobierno de García, que se ha desentendido del tema de la extradición, bajo el pretexto de no “politizar” el asunto. Cuando el Estado peruano es parte interesada – como agraviado – en el proceso, poner empeño en que se castigue al ex dictador no significa “politizar” el caso, es hacer lo que debe hacerse. Uno se pregunta si García está sencillamente devolviéndole el favor a Fujimori (y congraciándose con los fujimoristas que tiene dentro del gobierno, y con los que lo apoyan desde el congreso).


La iniciativa en pro de la pena de muerte, la jugada contra las ONG, los movimientos bajo la mesa para controlar el Tribunal Constitucional, nada de esto se condice con el incremento de la libertad y de la simetría en las relaciones humanas. La vena autoritaria de este nuevo gobierno de García es patente. Sus recientes ataques verbales contra los maestros en huelga, su disposición a que sean las Fuerzas Armadas las que repriman las manifestaciones, ponen de manifiesto que no considera que el diálogo constituya la solución a este conflicto; lo suyo es avivar el fuego y la “mano dura”. La “lógica de guerra”, como ha dicho Sinesio López. Después de cuatro años de la entrega del Informe de la CVR y siete del gobierno de transición, nuestra clase política no ha aprendido nada. Lo suyo no es la democracia, es el autoritarismo de la retórica vana, la componenda y el arrogante manotazo en la mesa.




[1] Hegel, G.W.F. Lecciones sobre Filosofía de la Historia Universal Madrid, Alianza Universidad 1989 p. 177.

NOTA SOBRE POBREZA, CRISTIANISMO Y CRÍTICA SOCIAL


Gonzalo Gamio Gehri



Esta nota está motivada por un interesante mensaje del sociólogo y filósofo español Guillermo Graíño, quien me transmite algunas impresiones críticas sobre la teología de la liberación. Agradezco sus líneas de argumentación, a las que quisiera responder. Graíño señala que la pobreza es una especie de bendición divina - "Los pobres son el tesoro de Dios, ¿por qué corromperles y sacarles de su condición?", dice en su comentario a mi Injusticia pasiva y políticas democráticas, en este blog -; considera que la teología de la liberación politiza la fe, pues, en sus palabras, "Si de verdad crees en el mensaje del Evangelio, no hay nada de malo en la pobreza, eso sí, desgraciado el indiferente a ella, pero desde un punto de vista moral, personal, nunca político". Concluye sus reflexiones defendiendo una concepción conservadora del cristianismo: "el conservadurismo político que no busca ninguna labor redistribuidora política y que deja esta función a asociaciones civiles como la familia, las iglesias, y que cree que una fuerte moral común hace suavizar los efectos nocivos del capitalismo, es la opción política más cercana al verdadero cristianismo".


Me parece complicado postular algo así como el "verdadero cristianismo" fuera de las interpretaciones que hagamos de él; no obstante, creo que la remisión a la Biblia resulta fundamental como una fuente de inspiración medular (si lo que se quiere es teologizar). Por ello me permito discrepar respecto de la posición de Graíño, presente en una larga tradición que echa raíces en la teología medieval. Como se podrá constatar, el mensaje de Jesús se entronca en la hermenéutica profética hebrea (que es auténtica crítica social), para la cual la pobreza es fruto de la injusticia humana, no de la voluntad de un Dios que es vida y quiere la vida. Ser pobre no es simplemente ser un no-rico, la pobreza es la situación que impide - por razones sociales - que determinadas personas no cuenten con las condiciones para desarrollar sus capacidades básicas (vida, salud, educación, afiliación, independencia, razón práctica, etc.). Pobreza es muerte prematura (que Dios evidentemente no quiere, a juzgar por el Evangelio). Otra cosa es el tema de los "pobres de espíritu": no confundir eso con nuestro asunto. Ahora bien, no estoy seguro que el cristianismo tenga una agenda política, pero sí tiene una dimensión social, vinculada al tema de la encarnación (cfr. mi texto sobre Secularización en este blog). El evangelio utiliza una serie de imágenes comunitarias (el Reino, Emmanuel - 'Dios con nosotros' -, etc.).Del mismo modo, la idea del Reino no alude simplemente a una vida sobrenatural ("y sepan que el Reino de Dios está en medio de ustedes"). Nada más lejos de Jesús que un ritualismo formal (que critica en los fariseos). Si uno le quita al Evabngelio el asunto de la justicia y de los pobres, lo despoja de elementos ético - espirituales de gran intensidad. Si uno se detiene a revisar los textos de G. Gutiérrez, J. Sobrino y González Faus no encontrará poítizaciones de la fe, sino una reivindicación de la matriz profética del Evangelio. En mi modesta opinión, el conservadurismo - más que cristianismo bíblico - es fundamentalmente un conato de recuperación de la idea medieval de "cristiandad", una idea que encuentro poco evangélica, a decir verdad.


Creo que este es un tema fundamental de discusión, aunque no siempre contamos en América Latina - tanto, precisamente, en los espacios teológicos "oficiales", como en los espacios institucionales, prácticamente copados por una jerarquía ultraconservadora, que suele identificar el ejercicio del diálogo con una innecesaria concesión al fantasmal "relativismo" - con las condiciones de apertura y pluralismo para emprender este diálogo. Quienes quieran vistar el blog de Guillermo - que es de muy buena calidad, lo recomiendo - ingresen al link:

miércoles, 11 de julio de 2007

LA UNIVERSIDAD CATÓLICA. IMPRESIONES PERSONALES SOBRE MI ALMA MATER


Gonzalo Gamio Gehri

¿Qué significa la Pontificia Universidad Católica del Perú (PUCP) para quienes nos hemos formado en sus aulas, y tenemos hoy el honor de ejercer la docencia en ellas? Podemos decir que pertenecemos a una comunidad de investigación y educación humanista, que cultiva el pluralismo y la libertad de pensamiento en el marco de la promoción de la cultura de los derechos humanos y los valores cristianos. Hoy, en tiempos en que se predica por doquier el modelo de la “universidad-empresa" – que promete a sus estudiantes concentrarse en la adquisición de un número limitado de capacidades y nociones que logren insertarlo “eficazmente” en el mercado laboral -, la PUCP procura honrar la modernidad y a la vez cultivar la tradición; es una institución que promueve la creación de nuevos conocimientos e ideas en el terreno de las ciencias, las humanidades y las artes, pero no descuida el cuidado de su misión originaria. Desde su fundación, la PUCP se ha preocupado por formar ciudadanos comprometidos con los principios democráticos; ella ha educado hombres de razón y de fe dispuestos a pensar los grandes problemas que inquietan la mente y el corazón humanos desde los contextos y retos que plantea nuestra situación nacional y latinoamericana.

Ingresé a la PUCP en Agosto de 1988. Entonces me veía como un futuro abogado; no sospechaba que los dos años de Estudios Generales Letras me llevarían por el camino de la filosofía. Las libros, las clases y las conversaciones con mis compañeros y mis profesores me permitieron tomar contacto con la obra de los clásicos: Aristóteles, Erasmo, Kafka y Tocqueville, pero también hicieron posible que examinemos juntos – desde diversas disciplinas y enfoques conceptuales - la crisis de paradigmas suscitada por la caída del Muro de Berlín y la precariedad política vivida entonces en el Perú. Los estudios filosóficos de pre-grado y Maestría confirmaron la vocación de mis compañeros de especialidad por la vida del concepto y el ejercicio del espíritu crítico, sin descuidar la exigencia – planteada por nuestros maestros en la Facultad - de poner el pensamiento al servicio de nuestro país. Luego vendrían las protestas estudiantiles contra el régimen autoritario de los noventa, que expresaron el compromiso de los jóvenes estudiantes con el retorno del Estado de Derecho. Entre los años 2001 y 2003 estuve en Madrid, realizando mis estudios de Doctorado en la Universidad Pontificia de Comillas, para luego volver a Lima y reincorporarme a la enseñanza en filosofía en las aulas del Fundo Pando.

He sido testigo en las casi dos décadas de vida en la PUCP como alumno, y ahora como profesor, del férreo vínculo de lealtad que ha mantenido la Universidad con los principios que ha jurado defender: la búsqueda de la verdad, la construcción del bien común y la apertura dialógica a los múltiples modos de interpretar el mundo y la vida. Jamás la PUCP ha avalado la imposición de alguna forma de “pensamiento único” o de manipulación ideológica; su compromiso básico con la ética, con la reflexión científica y con la búsqueda de la verdad son incompatibles con cualquier forma de dogmatismo. Esta vocación por la transparencia intelectual y la vigencia de los principios fundamentales de la paz y la justicia permitieron que muchos de sus profesores – entre los que destaca Salomón Lerner, entonces Rector de la PUCP – contribuyeran con el proceso de transición democrática a través del proyecto de la Comisión de la Verdad y de la Reconciliación, organismo que en el año 2003 entregara a la ciudadanía una de las investigaciones más rigurosas sobre la violencia y la exclusión en el Perú.

La PUCP se ha comprometido, a lo largo de sus noventa años de existencia, con la promoción del conocimiento y los más altos valores humanos, en estrecho diálogo con la fe y la tradición cristianas; ha sido también un foro plural para la construcción de la civilidad en nuestro país. Ha animado a nuestra Universidad el espíritu de lo que Felipe MacGregor llamaba una “sociedad profética”: un lugar para el libre encuentro de ideas, para el esfuerzo por la verdad y la vida buena, para el planteamiento y la discusión de los problemas que preocupan a la comunidad política y académica, y no sólo un espacio para la formación técnica de profesionales concentrados en los combates de la competencia económica y laboral. Hagamos votos para que – por espacio de muchas décadas más – sus luces de libertad, racionalidad y solidaridad sigan brillando en las tinieblas.

martes, 10 de julio de 2007

ESCASA DEMOCRACIA Y POPULISMO (EL PRIMER AÑO DEL SEGUNDO GOBIERNO APRISTA)




Gonzalo Gamio Gehri


Pasado un año de iniciado el segundo mandato del presidente García, resulta difícil hacer un diagnóstico entusiasta y optimista. Es cierto que la estabilidad macroeconómica se ha preservado – siguiendo la receta del gobierno anterior – pero las grandes reformas sociales e institucionales siguen sin ver la luz del día. Quienes crecimos con García en el poder dudamos de que este sea el gobierno que las emprenda. Hoy, como ayer, la consigna es congraciarse con las galerías a través del discurso populista y asociarse con los sectores más tradicionales (y poderosos) del país para administrar el poder sin mayor oposición (recordemos que la penosa debacle del primer gobierno aprista se generó cuando García se enemistó con los "Doce Apóstoles", sus antiguos aliados).


Preocupa el talante autoritario de ciertas medidas y corrientes de opinión promovidas por el gobierno. La obsesión inicial con la pena de muerte, la ley que pretende controlar a las ONG, el raquítico interés por el proceso de extradición de Fujimori (a pesar de que el Estado es parte interesada en él). Por otro lado, el oficialismo no tiene reparos en aliarse en la práctica con el fujimorismo parlamentario, tampoco ha dudado en incorporar en la plancha presidencial o en el gabinete a personajes vinculados al autoritarismo y el militarismo. Ninguna clase de ‘cálculo político’ puede avalar una conducta como esa. Si de algo estoy convencido es que no podemos esperar de este gobierno algún compromiso con la agenda de la transición democrática, sobre todo en materia del sistema anticorrupción y en temas de derechos humanos. Lo suyo es la “vieja política”, el populismo y la reverencia a las mal llamadas “instituciones tutelares”. El silencio frente a las recomendaciones de la CVR, la "nueva ley" del servicio militar obligatorio, los intentos por resucitar ese tragicómico elogio del militarismo que fue la "Instrucción pre-militar" en los colegios y la escandalosa censura contra Quijano "ilustran" este punto eficazmente. Corresponde a la ciudadanía, a los partidos democráticos – los que quedan - y a la sociedad civil organizada que los importantes asuntos planteados por el gobierno de transición no desaparezcan en los espacios de discusión pública.





(Me he tomado la libertad de extraer de internet dos magníficas caricaturas de Carlín - antes publicadas en La República - que muestran gráficamente la actitud autoritaria y las paradojas políticas de este gobierno).

domingo, 1 de julio de 2007

EL RAYO DE ZEUS

(LA CENSURA DEL INC Y LA IMPRONTA CONSERVADORA EN EL GOBIERNO ACTUAL)


Gonzalo Gamio Gehri


La censura perpetrada en contra de la obra de Piero Quijano constituye un atentado inadmisible contra la libertad de expresión, y es un signo más de lo relativa que sigue siendo la afirmación de que se respetan los principios democráticos en el Perú. Todo parece indicar que esta medida provino del INC - en coordinación con el Ministerio de Defensa -, y ha contado con el aval del Presidente de la República, según sus propias declaraciones a un diario local.

Resulta penoso constatar cómo García proyecta sobre su gestión presidencial el manejo caudillesco y autocrático que ostenta en el seno del partido aprista (en el que es llamado “Zeus” y “el Titán” por sus sumisos correligionarios, según una reciente revelación periodística). Sin el menor pudor señala que apoya la medida de censura porque supuestamente los dibujos de Quijano “insultan a las Fuerzas Armadas”. Indica que el dibujante puede publicar sus trabajos “en su hogar o en las calles”. Cuando El Supremo habla, los mortales tienen que callar. Los artistas e intelectuales no pueden ejercer la crítica en ‘espacios públicos’. El Estado es su “chacra”; él decide qué puede o no presentarse como arte en exposiciones patrocinadas por el Estado (a través de organismos que tienen el deber, no lo olvidemos, de promover la cultura en un clima de libertad). Y nosotros - ¡Qué ingenuos! – pensábamos que el Estado era de todos los peruanos. Me parece profundamente lamentable y sorprendente que la Directora del INC, Cecilia Bákula – quien, dicho sea de paso, fue mi profesora de Historia Universal 2 en la Universidad (dio un excelente curso, pero esa es otra historia) – haya permitido que se mutile de esa forma una exposición artística: su misión es velar porque el arte y el conocimiento se cultiven en el Perú sin trabas externas ni controles de origen político, pero ha demostrado no estar a la altura de esa misión. Lo digo con profunda tristeza.

Pero eso no es todo. Los dibujos de Quijano apuntan a denunciar los atropellos cometidos por sectores de las Fuerzas Armadas en los años del conflicto armado interno. Que muchos agentes del Estado perpetraron crímenes de lesa humanidad que están probados y documentados no es una novedad, lo sabemos por múltiples investigaciones y por el propio Informe Final de la CVR, que el gobierno de García procura silenciar. Aparentemente, si el Presidente y los directivos del INC así lo desean, entonces debemos guardar silencio frente a lo evidente. Como tantas veces, lo que se busca es urdir una “historia oficial” para ocultar la verdad sobre el proceso de violencia que vivimos. Muchos efectivos de las Fuerzas Armadas combatieron heroicamente al terrorismo, pero otros muchos mancillaron el mandato que recibieron, y cometieron abusos contra poblaciones indefensas. A los héroes le corresponde nuestra gratitud, a los criminales que degradaron el uniforme les corresponde el castigo de la ley. Purificar las instituciones militares separando a quienes han cometido delitos debería ser una exigencia moral. Sin embargo, los malos elementos suelen escudarse en el inadmisible espíritu de cuerpo que con frecuencia impera en estos organismos, buscando impunidad. Los dibujos de Quijano retrata bien lo que algunos malos militares hicieron en las zonas de emergencia; la mayorìa de ellos no ha sido procesada ni castigada: pregúntenle a las víctimas que todavìa esperan justicia. El Presidente y algunos sectores del Ministerio de Defensa y del INC prefieren soslayar la verdad antes que enfrentarla.

Pero no debemos ser condescendientes frente a esta clase de actitudes autoritarias. Esta clase de situaciones no pueden ocurrir sin el concurso de nuestra complicidad o de nuestra indiferencia. Actitudes como las de García (y quizá las de Bákula, no lo sé: esperemos que ella manifieste claramente su posición frente a este inaceptable incidente; que diga de una vez por todas si está del lado de los censores o si rechaza este hecho en nombre de los principios democráticos.Ya veremos si coherentemente renuncia en protesta frente a esta lamentable situación) se amparan en la tesis antidemocrática de que existen “instituciones tutelares” – generalmente las Fuerzas Armadas y la Iglesia Católica – que supuestamente son “guías morales” para el país, y que son “intocables” para el resto de la sociedad. Nuevamente la vieja ideología de la Alianza entre trono y del altar (que nada tiene que ver con el cristianismo, dicho sea de paso). Hay que decirle a García, a los directivos del INC, y a los del Ministerio de Defensa – y a quien fuere – que están equivocados. En una democracia los ciudadanos no necesitan “tutores”: se autogobiernan como agentes autónomos. Las Fuerzas Armadas tienen como única misión proteger a los ciudadanos y la soberanía nacional respetando (de un modo incondicional) la Constitución. Los fueros del Estado y los de las Iglesias están (o deben estar) nítidamente separados. Una república no tiene súbditos, sino ciudadanos. Tampoco reyes. No permitamos que se violen nuestros derechos irrestrictos de pensamiento y de expresión.

No me sorprende de García. Su talante autocrático tiene larga data. No es casualidad que recientemente se haya aliado con lo más cavernario del conservadurismo político, económico y religioso. Los que quieren controlar las ONG, los que difamaron a los miembros de la CVR, los que pretenden tomar por asalto la Pontificia Universidad Católica del Perú, los que ahora vilmente le ponen cortapisas a la libertad en el ejercicio del arte. No temamos al rayo de Zeus: en los espacios públicos de una auténtica democracia no existe el Olimpo, sólo la pólis. Si García y los suyos pretenden recortar nuestros derechos, habrá que usar los canales que establece la ley para protestar públicamente contra este atropello.